TRÁFICO Cuatro jóvenes hospitalizados en Sevilla tras un accidente de tráfico

david monthiel, escritor

"El discurso colectivo ha obviado y obvia a los que sirven"

David Monthiel.

David Monthiel.

-En Las niñas de Cádiz, recorre el mito de la mujer del sur como prototipo de seducción.

-Y es un mito que comienza muy pronto: Estrabón ya cuenta de un egipcio (Eudoxo), que embarca a unas bailarinas "gaditanas" para entretener a su tripulación. No sabemos, y siempre ha pasado, qué era exactamente eso de entretener. Porque la lascivia también estaba presente con las puellae gaditanae, que decían los romanos, y después está el mito de la mujer romántica a lo Carmen, las dames de Cadix; The Girl of Cadiz, de Byron; The Maids of Cadiz...

-Y qué pronto se pasa de lo mítico a lo profano. ¿Seductoras sobrenaturales, bailarinas, prostitutas? ¿Soy un camarero? ¿Soy un historiador? Realmente, estamos hablando de los y las que tienen que servir.

-Exacto. En el libro están los discursos de las limpiadoras, que viven en los dos mundos. E incluso hay un momento en el que el detective protagonista cree que está haciendo el juego al tópico esperable, y actuando como graciosillo. También, claro, hay otro tipo de guiri, con ganas de conocer lo ajeno: el que realmente se interesa por la idiosincrasia de un lugar, o al que le llama la personalidad real del mismo. Y otra forma de venir, y de ser uno de los que sirven: en patera.

-La novela negra se ve a menudo como un arma de denuncia social que aparece al dibujar a las víctimas o su entorno. Pero en este caso, más allá de eso, la víctima es la ciudad.

-El concepto de gentrificación, o más bien, turistificación, está muy presente en toda la historia. Ese discurso de "la Mikonos del Atlántico", o lo que sea, parecen comprarlo muchos. Quería, sobre todo, destacar esa diferencia entre lo que conforma la ciudad "maja" de la "petimetre", por hablar en términos de sainete...

-Siempre se habla de las casas señoriales pero pocas veces de todos los que vivían allí. O de a qué se dedicaban.

-Por ejemplo, uno de los personajes descubre que sus antepasados eran negreros, que realmente era muy normal, aunque se contemple como un tabú. Y los que servían en las grandes casas no eran pocos precisamente, pero eso, se obvia. Como se obvia hoy en día. La relación de dominio y servidumbre puede llegar a otros ámbitos, por ejemplo, el robo de tesis o falacias como la "movilidad exterior", que quiere decir: no hay espacio para ti.

-Detrás de toda esa fascinación telúrica por el sur, dice uno de los personajes, siempre hay unas cachas.

-Entre las cosas de las que he querido hablar en la novela, está la idolatría. Puede ser la idolatría al dinero; el amor enfermizo o, incluso, al lugar del que somos como rincón mitológico. Porque otro de los temas, claro, es el sentido de pertenencia.

-La novela sirve también para desencriptar los códigos de un universo que, a los de fuera de Cádiz, puede resultar críptico.

-A mí me es imposible contar cosas que no incluyan, de alguna manera, mi memoria sentimental. He tratado de construir una historia con la gran cantidad de historias que esconde el universo gaditano.

-¿Por qué caben tantos mundos en un mundo tan pequeño?

-Después de darle muchas vueltas, creo que es una cuestión de cultura. Gente que no tiene mucha formación en el sentido convencional del término tiene una cultura muy bien estructurada, si entendemos cultura como un sentido de interpretación del mundo. Esto incluye cuestiones más elaboradas como el Carnaval o el flamenco; o rasgos de personalidad colectiva, como esa madre que pilla un erasmus para ganar un dinero y le da un táper con croquetas para la playa. Cádiz puede ser, a la vez, muy cateta y muy moderna.

-Para alguien no incorporado, como yo, esa labor de traducción de lo gaditano es de agradecer. El habla como forma distintiva, ¿es trabajo de oreja o de tecla?

-Con eso tengo oído de discípulo de Quiñones, al que cuando veían en la plaza del mercado, él siempre decía: "Aquí estoy, trabajando". Además, me ayuda mucho a la hora de manejar, como decimos, los distintos códigos. Pero lo que pretendo, y lo que creo que hay que hacer, es subrayar la naturalidad de cómo hablamos sin necesidad de caer en la norma ni en el sainete.

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