lara maiklem | periodista y 'mudlark'

"Un tesoro es algo capaz de proporcionar un sentido del pasado"

La "rebuscadora" Lara Maiklem en la orilla del Támesis. La "rebuscadora" Lara Maiklem en la orilla del Támesis.

La "rebuscadora" Lara Maiklem en la orilla del Támesis. / Tom Harrison

Escrito por

· Pilar Vera

Redactora

Ella no lo dice, pero Lara Maiklem (Surrey, 1971) tiene un don para toparse con lo inusual. De otra manera no se explica que encontrara media mandíbula humana (real) en su visita adolescente al London Dungeon: “Siempre he tenido los ojos abiertos y me ha fascinado la historia –explica–. Empezar a deambular por el río y buscar cosas fue algo bastante natural. Es el lugar al que me escapo”. “Rebuscadora” de la orilla del Támesis, acaba de publicar con Capitán Swing 'Mudlarking', donde relata sus expediciones a la búsqueda de restos históricos.

–’Mudlarking’. Rebuscar en el barro. Una actividad que parece sucia, ingrata y peligrosa. Después de leerla, y a pesar de todo, sigo pensando que lo es.

–Es una tarea sucia, peligrosa y apestosa, añadiría. Pero es el precio a pagar por lo excitante que resulta, y no me importan los malos olores ni ponerme en peligro. Pero rebuscar en el barro ha de llamar, sobre todo, a la sensatez. En el caso del Támesis, has de estar pendiente de las mareas, mirar los horarios, tener cuidado al subir y bajar las pendientes, las escaleras... Has de ser consciente de que andas sobre seguro. Como todo en la vida, si eres sensato, estarás bien. Mientras buscas, es fácil perder la noción del tiempo, y por eso es conveniente, por ejemplo, asegurarte puntos de salida en caso de que tengas que empezar a correr cuando sube el agua. Puedes topar con descubrimientos repugnantes, y el tema de extremar la higiene después es muy importante. Desde luego, no es para nada glamuroso.

–¿Qué tiene el Támesis que no tienen otros ríos?

–Casi todos los ríos pueden llegar a acumular una gran cantidad de objetos, en su mayoría, basura que la gente no quería. En los Países Bajos, que tiene abundante fango, también hay rebuscadores. Pero el Támesis tiene la gran peculiaridad de ser un río de marea, que arrastra en flujos y reflujos las posesiones de personas que han vivido allí a lo largo de 2.000 años. Las mareas te devuelven las cosas una y otra vez, eso es lo que lo hace único.

–¿Cuál es el protocolo cuando encuentra algo?

–En teoría, todo lo que aparece en el Támesis pertenece a la Autoridad Portuaria de Londres, y todo lo que se sospeche tenga interés histórico o más de 300 de antigüedad ha de ser puesto en conocimiento del Museo de Londres, donde lo analizan, registran y añaden a la base de datos. Esto es muy importante porque un descubrimiento pierde su razón de ser si no se comparte. Además, la Autoridad Portuaria es la encargada de dar permisos a los rastreadores: a partir de los años 60 y hasta los 80, rebuscar en el barro se había convertido en algo tan extendido, con la gente vendiendo todo tipo de patrimonio, que tuvieron que establecer permisos. Es, también, una manera de frenar la erosión misma de la orilla.

–¿Es la gente consciente de todo esto cuando se acerca al río a buscar cosas?

–Bueno, de hecho, rastrear objetos ha llegado a convertirse en algo tan popular, vía redes sociales y demás, que la Autoridad Portuaria ha cerrado temporalmente la emisión de permisos. Creo que sería una buena oportunidad para dar un paso atrás y estudiar una forma más actual de tratar el tema.

"Cuando extraes algo es un momento mágico. Hay un sentimiento de conexión poderosísimo"

–Habla de una Sociedad de Rebuscadores, envuelta en gran secretismo, con 50 miembros –casi todos, hombres–, y a la que sólo se accede si uno muere. Qué victoriano.

–Sí, sí, pero no es victoriano: se fundó en los años 80 como una especie de club de detectores de metales. Es un club curioso, aunque no creo que hagan nada más allá que organizar charlas y comentar sus hallazgos.

–¿Qué diría que es un tesoro?

–Hay un gran debate al respecto. Para algunos, un tesoro es claramente una moneda o algo hecho de un metal precioso. De hecho, quienes usan detectores de metales van precisamente buscando esto. Para mí, un tesoro es algo realmente único y personal que te proporciona un sentido del pasado. Monedas hay miles, pero si algo ha sido usado y llevado por alguien, incluso amado... Un zapato o un guante son buenos ejemplos al respecto. Sostener en la mano algo que llevó alguien hace 600 años... No hay nada más increíble y maravilloso, te da una auténtica conexión con las historias de quienes han vivido antes.

–Imagino que esa sensación no ha cambiado desde la primera vez.

–Cuando extraes algo, es un momento mágico. No hay nada que pueda romperlo. Hay un sentimiento de conexión poderosísimo y, de hecho, yo ni siquiera me considero dueña de las cosas que he encontrado y conservo, sino un eslabón más de la cadena, un custodio hasta que llegue el siguiente.

–¿Su época favorita?

–El final del reinado de Isabel I: un periodo en el que todo se puso del revés. Enrique VIII se gastó todo lo que pudo y más en convertir a Inglaterra en uno de los países más poderosos del mundo; junto a la intriga política, florecieron objetos preciosos que era la primera vez que estaban al alcance de la gente normal, la gente que se ha caído de los libros de historia. Encontrarte algo de la Edad Media es fascinante, también, pero no es muy común.

–¿Qué le gustaría encontrar? Mencionaba una chapa de peregrino.

–¡Sí, y al final la encontré! En 2020, veinte años después de andar buscándola, una chapa de peregrino completa:un San Osmund del siglo XV. Ahora, me encantaría toparme con unos patines para el hielo hechos de hueso, de los que usaban en las Ferias del Frío cuando el Támesis se helaba.

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