Y al PNV le entró el miedo

La respuesta de ETA y del nacionalismo a la ola fue el pacto de Lizarra, una alianza que excluía al PP y al PSOE

Joseba Egibar, entonces líder del PNV, y Arnaldo Otegi en la localidad navarra de Estella.
Joseba Egibar, entonces líder del PNV, y Arnaldo Otegi en la localidad navarra de Estella. / Efe
Juan M. Marqués Perales

12 de julio 2017 - 06:46

Tres atentados marcaron el lento desapego emocional del nacionalismo vasco hacia ETA: Hipercor, en 1987; el asesinato de Miguel Ángel Blanco, en 1997, y la bomba en la T-4 del aeropuerto de Barajas, también casi años después, el 30 de diciembre de 2006. La bomba colocada en el subterráneo del hipermercado de Barcelona provocó las primeras críticas dentro de Batasuna -Txomin Ziluaga, uno de sus fundadores, y otros cien dejaron la coalición abertzale- y la última, cuya detonación mató a dos emigrantes latinoamericanos, dio alas al independentismo radical para separase de ETA y llevarla hasta el abandono de las armas.

Pero fue el secuestro y asesinato del concejal popular de Ermua el que llevó a las calles vascas a miles de ciudadanos, nacionalistas y no nacionalistas, a enfrentarse con la banda y con los radicales. Si hay una imagen icónica de esa respuesta fue la de los ertzainas que se quitaron sus capuchas como muestra de respeto ante los ciudadanos que se manifestaban, a cara descubierta, frente a las sedes de Batasuna.

Y, entonces, al PNV le entró el miedo, el temor de perder el poder, de que el nacionalismo fuese arrastrado por la ola popular. El alma radical ganó esa vez.

La respuesta del PNV se llamó Pacto de Estella, o de Lizarra, por la localidad navarra donde se sentaron las fuerzas nacionalistas con los representantes políticos de ETA. Y es que fue la propia organización etarra quien, a cambio de una tregua, envió una carta a los nacionalistas para construir juntos un futuro -para ellos solos, claro- que pasase por una alianza de estos partidos, de la que se excluyese al PP y al PSOE.

Un año después, sólo unos después de este terrible asesinato, el PNV y Alkartasuna se avinieron a la alianza con ETA, cuya expresión fue una primera asamblea de municipios gobernados por los nacionalistas. Ambos partidos enmendaron algunos puntos del acuerdo que ETA les propuso y se sentaron con sus representantes políticos en Lizarra. La oleada de manifestaciones durante el secuestro de Blanco y, en especial, la respuesta posterior, masiva e inédita, hizo temer a una parte del PNV que era la hegemonía nacionalista la que estaba en peligro, no sólo la banda terrorista. El Gobierno de Aznar y el PP dejaron de hacer distingos en el mundo nacionalista -todos eran ETA o los amigos de ETA, en expresión del ex presidente-, y el PNV, aún liderado por la herencia de Arzalluz y Joseba Egibar, buscó su salvación en manos de una banda que terminó por hacer lo único que sabía: romper y volver a matar. En 1999, la banda volvió a su andadas criminales y a poner en práctica eso que llamó la "socialización del terror". En 2000 volvió a matar, y asesinó al teniente coronel Pedro Antonio Blanco.

Juan José Ibarretxe había sido elegido candidato por el PNV ese mismo año 1998, y tras las elecciones gobernó con el apoyo de EH, la nueva marca de Batasuna. Tuvo que esperar varios asesinatos, y al del socialista Buesa, para que Ibarretxe rompiese formalmente con los batasunos y se lanzase a buscar otra vía de salida cegada: su plan soberanista. Ibarretxe fracasó, pero se llevó por delante a un moderado, Josu Jon Imaz. Hoy gobierna otro, Íñigo Urkullu: ayer apoyó al PP a sacar el Presupuesto en el Congreso.

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