El tren de la bruja

Cuando la Feria va por dentro

  • Cómo puede ir la fiesta por dentro si no se hace pública manifestación de la alegría.

SI cabe llevar la procesión por dentro, en un abnegado ejercicio para no hacer extensivo el sufrimiento, por qué no proceder así con la Feria aunque, en este caso, el sacrificio más se parezca al disimulo. Ya que si socorrida resulta la cercana comparación de algunos modos semanasanteros y feriantes, la cuestión de llevar por dentro la fiesta también se prestará a las asimilaciones. ¿Pero cómo puede ir la Feria por dentro si solo se disfruta haciendo pública manifestación de la alegría? La bruja no sabe qué responder porque en cuestiones de Semana Santa se espanta con el incienso y si acaso sólo le hace guiños a la Canina. Además, no muy lejos de donde se afinca su tren como atracción de la Feria, allá por el paraje de Tablada, muchas brujas fueron quemadas tras el oficio de los inquisidores en el trianero castillo de San Jorge. De modo que no quiere conversación sobre este particular y se escabulle afirmando que vivir la Feria por dentro, en Sevilla, pueden ser dos cosas: ya una refinada forma de objetar, o ya, asimismo, una oportuna manera de quitarse de en medio por distintas razones. En el primer caso, hacer objeción de conciencia festiva en la Sevilla tomada por las fiestas primaverales -más no interpreten esta forma de nombrarlas como prima hermana de las fiestas del equinoccio- puede resultar hasta una afirmación necesaria y conveniente, ya que la fuerza de los tópicos anula cualquier disensión y no hay manera de quitarse la túnica o los faralaes en la indumentaria de los prejuicios. Que eso del vivir en la calle, de la lenta agonía de las luces -y las calores- de las tardes, de la extroversión graciosa y espontánea, son argumentos manoseados cuando solo quiere afirmarse un vitalismo algo genuino y que otorga cierta identidad. Pero tan sevillanos son los modos abiertos y la disposición festiva como esos otros más reservados y que para nada deben confundirse -otro argumento del tópico- como propios de los malajes y los desaboridos -que lo adjetivo, la condición, se hace sustantivo en quienes la manifiestan-. Por lo que si la Feria puede ir por dentro en los objetores, ya que no renuncian a la fiesta sino que son capaces de hacerla íntima y preservada, también es posible que así se viva por quienes deciden quitarse de en medio. Ahora bien, unos lo harán por falta de posibles -es decir, por la imposibilidad de vivirla como es debido- y otros por hartazgo y empalago, para cambiar el albero por la arena de la playa. Y la bruja, ay, ni por una cosa ni por otra, que no vive la Feria sino que malvive de ella desde que un ERE la retiró de sus frenéticas diabluras.

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