la crónica del miércoles

El espectro arqueológico del teatro San Fernando

  • La Feria del mediodía, metáfora del paso del ecuador, es un espectáculo perfecto

  • El síndrome de Stendhal viaja de Florencia a los fogonazos de Sevilla

Quien tenga dudas sobre la bendita complejidad de la Feria, sobre su condición abigarrada de ciencias y letras, de tradición y modernidad, no tiene más que seguir al cronista en su visita al laberinto. Antes de que la Feria se convierta en fiesta, es el espectáculo perfecto. Cada caseta es un patio de butacas. El microteatro se inventó en la Feria hace más de siglo y medio. En La Trastienda Hispalense, ese pregón oficioso del barrio de la Calzada, Pascual González hace el epitafio del teatro San Fernando, que se fundó en 1847, el mismo año que la Feria, y cerró sus puertas en 1973, cuando Juan Fernández se la llevó del Prado a Los Remedios. Al teatro de la calle Tetuán donde debutó Juanita Reina le faltaron un Ybarra y un Bonaplata para llegar a lo que los cursis llaman nuestros días. El teatro San Fernando ya es pura arqueología, como el mausoleo de Halicarnaso o esos templos de Alejandría cuyos secretos escruta Myriam Seco, la egiptóloga sevillana que ha aprovechado unos días de asueto para vivir la Semana Santa y la Feria de su cuna.

Famas y Cronopios. Los cronopios, poemas sin rimas según Cortázar, se vuelven para ver a los enviados de la fama. A los acompañantes de Agustín Bravo les resulta realmente complicado llegar a su destino. Lo saludan, le piden una foto, mira quién es, lo invitan a la caseta, finalmente claudica y entra en El Machacante, que data de 1927, cuando el torero reunió a los poetas, que a veces tienen más peligro que un miura.

El coche de caballos de la Cruzcampo hace las delicias de los coleccionistas de rarezas. No es tan novedoso. Ya aparece en el Ulises de Joyce, capítulo siete. El Esquinazo, Chicuelo esquina con Juan Belmonte. El nombre de la caseta no puede estar mejor elegido. En Wifredo el Belloso, reminiscencias del don Pelayo catalán, Jean-Paul Goujon, francés de Burdeos, sevillano adoptivo, hace de anfitrión de Fabrizio Impellizzeri, siciliano, profesor de Literatura Francesa en la Universidad de Catania, que vive su primera visita a la Feria. Vio a Sorolla en Madrid y hablan de Goya y su 2 de mayo, el aragonés que fue de Sanlúcar a Burdeos, del vino a la lechera. El domingo es lunes de resaca en Sevilla y día de elecciones en Francia, Le Pen contra Macron. Goujon cita a Pierre Louÿs, con cuya biografía ganó el Goncourt: "A diferencia de las fortalezas, las ideas cuanto más las bombardean más resisten". Al francés y al italiano que ven la Feria en su platea les une el escritor Jean de Tinan, que fue amigo de Toulouse-Lautrec.

En Chicuelo, 19 la pista de baile la preside el cartel de Félix de Cárdenas con Ana Llorca de modelo que pregonó la Feria de 1999, la primera de Alfredo Sánchez Monteseirín, Blas Ballesteros... y Susana Díaz de concejal. En la caseta La Gruesa, sin embargo, el protagonismo lo tiene el cartel que pintó Juan Valdés. Allí apuraba sus últimas horas antes de coger un avión de Ryanair Julia Bonilla, sevillana del 87 que trabaja desde hace cinco años en Gante, donde nació Carlos V, recordado en ese rincón de Flandes con una procesión en la que cada cual lleva una soga en señal de la opresión a que los sometió el rey que se casó con su prima Isabel de Portugal en el Alcázar de Sevilla. Julia baila flamenco y habla flamenco, el idioma de su novio y sus futuros suegros. Ayer dejó La Guita, manzanilla de Sanlúcar, para volver con el ritual de la soga.

Luis Navarro García intuye que el nombre lo debieron poner por él. Este catedrático emérito de Historia de América es socio de la caseta La Encomienda y la Embebienda, un nombre digno de Miguel Mihura o Jardiel Poncela. Un trabalenguas con biblografía, cultismo con gambas de Huelva, que es donde España se hizo americana y Luis Navarro americanista. Comparte vigilia ferial con su mujer, María del Pópulo Antolín, que hasta su jubilación fue profesora de Latín y Griego. El nombre antiguo de la caseta era Club La Rábida y aprovecharon la estancia en Murcia del profesor Navarro, la misma permuta que vivieron los poetas Guillén y Salinas, para cambiarle el nombre con ese punto de ingenio y de guasa.

En la caseta Las Golondrinas, Juan Salas Tornero atiende a los amigos con el santo y seña de la Fundación Nao Victoria. Gloria Rubio habla de toros y Concha Rivero viaja de la biografía de Juan Belmonte escrita por Chaves Nogales al bailaor que se encontró con la revolución rusa. Un escritor con apellido de un torero que encandiló a Ava Gardner, Jaume Cabré, trae su violín de entresiglos a la mesa redonda de la amistad. Un zapato, un elefante, un reloj fuera de tiempo. Los más jóvenes toman nota de El guateque, la película de Blake Edwards. No es difícil imaginarse a Peter Sellers en una recepción de ringorrango en la Feria. Concha viaja cada seis años a Macondo y Gloria Rubio descubrió hace mucho tiempo el secreto de la eterna moderación: cerveza fresquita en catavinos de manzanilla. En la mesa circular, departen José María O'Kean e Isidoro Beneroso.

Jimena tira de su padre para que la lleve a los cacharritos. La madre, manchega de Manzanares, se queda en la caseta. A quién se le pudo ocurrir lo de la calle del infierno. Discípulo aventajado de Dante Alighieri. Carlos Bourrellier, ex presidente del Consejo de Cofradías, va por Chicuelo. Un apellido como Raynaud que probablemente vinieron con los cien mil hijos de San Luis a esa Sevilla afrancesada que hizo suyos los de Montpensier y Forestier. Fabrizio, el profesor de Catania, se llama como el héroe novelesco de La Cartuja de Parma de Stendhal, el escritor francés que le dio nombre al síndrome de caer apabullado ante tanta belleza. Era por Florencia. Sevilla a veces lo consigue cuando se coge en un renuncio a la vulgaridad, esa dama que no deja de ganar adeptos.

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