El relato de un anciano

Mario Vargas Llosa, las ventosidades, la pichula y la caca de un pterodáctilo

Vargas Llosa e Isabel Preysler en un 'photocall'.

Vargas Llosa e Isabel Preysler en un 'photocall'. / Europa Press

La visión escéptica y desencantada de Mario Vargas Llosa, tal vez en un momento personal no tan gratificante como parecía con su relación con Isabel Preysler, se trasluce en muchos de los párrafos del relato Los vientos, que ha sido publicado de nuevo por el suplemento Abril de Prensa Ibérica en esta semana. Un cuento largo en un Madrid donde la tecnología ha eliminado el acceso a la cultura mientras un anciano sin memoria (su memoria es "una ciénaga") deambula con los pantalones sucios debido "a la caca" que expele por su incontenida aerofagia.

Un hombre centenario da vueltas por un Madrid del futuro reconocible pero impersonal. Habla de un domicilio, un cuartucho, en el que se lava y duerme y donde cada día es despertado por un amigo, un profesor de Filosofía de ficticio currículum, Osorio, asidero al mundo real con el que charla mientras toman café y se dan un paseo. El anciano va dando tumbos, apestoso, por el Madrid de los Austrias y cree reconocer su casa en la plaza de Isabel II, en el entorno del Teatro Real, donde efectivamente vive ahora el premio Nobel.

Carmencita, la ex esposa, es lo único que recuerda el personaje. En un 2020 donde parece que el propio escritor se siente autoanulado su añoranza por la mujer con la que compartió medio siglo de vida (Patricia Llosa) está presente en el relato del Madrid distópico de Los vientos. Al pensar con la pichula (el personaje reconoce que es un término que no se utiliza en España) se vio abocado al declive y a la nostalgia, como atisba el personaje de ruta dispersa. Ese fragmento fue el que se rescató en El País días después de la ruptura, recordado por el entorno del escritor. La ex esposa ficticia se casa con el mejor amigo de él y fallece trágicamente, por lo que la evoca como un fantasma, nunca volvió a verla y nunca le perdonó (en la vida real no es así). La pichula le llevó a "un enamoramiento violento y pasajero, una de esas locuras que revientan una vida (...) y ya nunca más fui feliz", reconoce el personaje.

En la ficción el relato en primera persona habla de un anciano que ya no le importa que le digan "fósil, ludita o irredento conservador", "un pterodáctilo" que se tira pedos por todas partes y examina los rostros de los demás por si se han dado cuenta. Un relato de sinceridad escatológica de un vulnerable protagonista que observa que estamos ante "un mundo de esclavos contentos y sometidos" y lamenta la deriva de una juventud que parece haber renunciado a todo.

Según la visión de Vargas Llosa en el pandémico 2020, en ese mundo de futuro próximo se ha vencido al sida y al cáncer, los países africanos han despegado pero los accidentes atómicos se llevan por delante a millones de vidas mientras crece la crisis de una guerra entre China y la India. Gracias a los avances en la medicina las personas superan con facilidad cien años y en ese contexto el anciano despistado se recuesta allá donde le pilla, cansado y sucio, intentando recordar dónde vive. Sólo desea poder limpiarse el trasero y los pantalones. ¿Es una alegoría con situaciones francamente reales? Por momentos es una provocación al mundo perfecto de la casa de Isabel Preysler. El asco frente a la apariencias. Las "pantallitas" y los "potingues". Y la gastronomía a la altura académica de la filosofía. Tal vez se arrepentía de haber estado en MasterChef apoyando a Tamara Falcó.

Los vientos es un relato amargo, bien acre, y todo lo que tenga de autobiográfico y premonitorio, que es bastante, nos transmite a un Vargas Llosa lacónico y punzante.

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