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Coronavirus: La crisis del Covid-19 como patología del cambio global

  • El autor reflexiona sobre si el Covid-19 es un fenómeno aislado y se pregunta si cuando se halle la vacuna continuará la misma espiral del cambio climático

Daniel del Castillo Mora.

Daniel del Castillo Mora.

Toda la inercia presumiblemente imparable de nuestra sociedad se ha detenido en seco. Nuestros planes, nuestras comodidades, nuestro estilo de vida se ven postergados por un virus que tiene paralizado a todo el mundo. ¿Ciertamente sólo por un virus? Reflexionemos.

Desde finales del siglo pasado, la naturaleza está mandando continuos mensajes, a distintos niveles, sobre un nivel de saturación sin precedentes debido a la acción del hombre. Hace poco celebrábamos el 50 aniversario del Día de la Tierra con honda preocupación, pero también con esperanza.

Si nos adentramos en materia de cambio climático, el Acuerdo de París de 2015 busca mantener el aumento de la temperatura mundial en este siglo muy por debajo de los 2 grados centígrados sobre los niveles preindustriales, y proseguir los esfuerzos para limitar aún más el aumento de la temperatura 1,5 grados centígrados. Ello reduciría los impactos problemáticos en los ecosistemas, la salud humana y el bienestar, y facilitaría la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, como declaró Priyardarshi Shukla, Copresidente del Grupo de trabajo III del IPCC (Panel Intergubernamental de Expertos en materia de Cambio Climático).

En este sentido, un reciente estudio científico con participación de investigadores procedentes del Reino Unido, China, Estados Unidos, Japón, Países Bajos, Dinamarca y Uruguay augura un aumento sin precedentes de los desplazados y refugiados climáticos si no se consiguen detener las emisiones a los niveles mencionados: 1.200 millones de personas habitarán en lugares con temperaturas similares al Sahara, lo que supone un cambio de registro climático sin precedentes en los últimos 6000 años. Incluso un reciente estudio de la Universidad de Harvard, acredita el vínculo de la mayor expansión del coronavirus con altos niveles de contaminación derivados de las partículas PM 2,5.

De otra parte, el contundente informe de la Plataforma Intergubernamental sobre la Biodiversidad y los Servicios Ecosistémicos, auspiciada por la ONU, concluyó el año pasado que un millón de los ocho millones de especies animales y vegetales existentes están amenazadas de extinción y podrían desaparecer en solo décadas si no se toman medidas efectivas, urgentes y decisivas.

Descendiendo a un nivel más local, el panorama al que se enfrenta España no es mucho más halagüeño, con un proceso de desertificación galopante, que pone en riesgo nada menos que el 75% del territorio español, sumados a fenómenos como la despoblación, el aumento de incendios forestales, lluvias cada vez más irregulares y torrenciales, así como la progresiva regresión de las zonas costeras, por citar algunas patologías.

¿De verdad podemos seguir creyendo que la Covid-19 es un fenómeno aislado y que cuando se encuentre la vacuna podremos continuar en la misma espiral?

Todas estas patologías, incluida el coronavirus, constituyen la clara manifestación de la necesidad, no ya conveniencia, de un cambio estructural de nuestro modelo productivo en un contexto de cambio global. La lucha frente al cambio climático, la implementación de la economía circular, así como una profunda labor pedagógica sobre la importancia de la conservación sostenible de la biodiversidad van a configurarse como los pilares de este nuevo paradigma de cambio global.

Sólo podremos afrontar este reto como sociedad. O se gana colectivamente o se pierde colectivamente. Sin fisuras. Hasta ahora, sea cual sea el origen de la pandemia del coronavirus, podemos extraer una clara conclusión: el ser humano sigue empeñado en colocarse a sí mismo en la categoría de especie vulnerable. Tanto es así que un reciente estudio de la American Association for the Advancement of Science señala un aumento exponencial en todo el mundo de episodios intolerables de humedad y calor extremos, los cuales podrían amenazar la propia supervivencia humana.  

Nos hemos quedado casi sin tiempo para reflexionar. Ahora debemos actuar. El modelo de sociedad hipocarbónica al que aspiramos, el modelo de cero emisiones para 2050 que se vislumbra en el Pacto Verde Europeo, hoja de ruta para dotar a la Unión Europea de una economía sostenible, ha llegado para quedarse y para liderar a nivel mundial un cambio que no admite dilaciones ni dudas.

Parafraseando a Darwin, no bastará con ser más inteligentes o más fuertes, sino más resilientes, mostrando una mayor flexibilidad y adaptación a los cambios venideros que se imponen. Serán las generaciones venideras las que juzguen nuestro compromiso con ellas, con nuestro planeta y, de paso, con nosotros mismos, tanto a nivel individual, como a nivel colectivo.

 

Daniel del Castillo Mora.

Letrado de la Junta de Andalucía. Miembro del Observatorio de Políticas Ambientales.

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