La caja negra

¡Más apartamentos en Sevilla, ahora encima del antiguo Horno de San Buenaventura!

  • El edificio de la calle Carlos Cañal acogerá turistas en una imagen perfecta que augura que seguiremos como antes del Covid

El edificio del antiguo Horno de San Buenaventura!

El edificio del antiguo Horno de San Buenaventura! / Juan Carlos Muñoz (Sevilla)

Nos resistimos al cambio. Somos así por naturaleza. Dejamos la vieja normalidad con un centro de la ciudad cada día más hiperpoblado de apartamentos turísticos y con una fiebre por las residencias universitarias. Y volvemos poco a poco al anterior orden con más apartamentos y más residencias. Promueva usted jornadas de análisis sobre la Sevilla posterior al Covid-19, lea prospecciones y analice barómetros que da igual. El que pueda que siga con lo mismo, parece ser el lema de la ciudad que siempre tiene pendiente, ay, el cambio del modelo productivo. Aquí sólo aceptamos pequeños cambios que confirmen que todo siga igual, que es de lo que se trata. Un día nos da por abrir tiendas de yogures saludables, otro comercios de cigarrillos de vapor y al siguiente heladerías. Poco más.

La cogemos con una perra (guau) y no la soltamos hasta achicharrarla. Pero todo dentro de ese sector terciario que nos sostiene al mismo tiempo que la economía sumergida, que menos mal que funciona de verdad porque de lo contrario estaríamos pegándonos bocados unos a otro. Ahora tendremos más apartamentos en la calle Carlos Cañal, en el edificio que acogió en su planta baja el Horno de San Buenaventura, el primero, el histórico, el de los frailes del convento de enfrente como el inolvidable padre Patero. ¡Cuántas tónicas aliñadas se tomó Patero en esa barra antes de las misas de las tardes de domingo! ¡Cuántos desayunos cofradieros han vivido esas paredes! Pues ahora el local seguirá vacío, de momento. Pero arriba se rehabilitará el espacio para lo único que esperamos que siga funcionando: el turismo. Ni la pandemia rompe la tendencia de la ciudad a ser un gran apartamento, un gran hotel, un gran hostel... Sevilla, ciudad amiga del desayuno incluido.

Visto con perspectiva, la primera gran entidad que se dio cuenta de la fuente de ingresos que suponía el turismo fue el Cabildo, que adaptó la Catedral a los visitantes después de la experiencia de la Magna hispalensis de 1992. ¿Recuerdan aquel debate sobre qué hacer con tantas plazas hoteleras como nos dejó la Expo? Pues ya ven. En condiciones normales superamos con facilidad el número de viajeros que llegaron a San Pablo en aquellos meses. Los curas lo supieron ver, fueron adelantados y tomaron las medidas oportunas para primar al turista de pago y garantizar la autofinanciación del templo, primer monumento de la ciudad. Porque los turistas vienen al centro. Parece una perogrullada, pero algunos que van de modernos y pseudoprogresistas creen que el centro es algo de rancios. Tontucios. No conozco un turista interesado en visitar la SE-30, las plantas de Airbus o los huertos sociales de Pino Montano. Conviene destilar menos demagogia y tener claro que dependemos de un sector que vive de la Sevilla de postal, a la que se han sumado con escaso gusto las Setas, mamotreto idóneo para un turismo que busca consumo y experiencias, todo sea dicho.

El Centro y los barrios

Por esa dependencia es tan importante cuidar la imagen del centro, por eso se ha liado parda por la ineptitud de la Gerencia de Urbanismo al no gestionar los toldos este verano. Por eso debemos cuidar el patrimonio: desde el caserío histórico hasta el comercio, pasando por los pavimentos. Nos va el sustento en ello. No es cuestión de primar el centro respecto a los barrios. No se trata de establecer sevillanos de primera y de segunda. Quienes ventean estas teorías parten del prejuicio o, mucho peor, de algún tipo de complejo social. ¡Ojalá los turistas quisieran conocer un barrio como el Cerro del Águila, modelo de convivencia y arraigo de sus vecinos, o comprobar cómo sufrimos con dos de los barrios más pobres de España dentro de nuestro término municipal!

La ciudad posterior al coronavirus

Mucho tememos que la Sevilla sin Covid-19 acentuará muchos de los aspectos que la marcaban antes del primer encierro. Hemos vivido sin ánimo ninguno de cambio, aferrándonos a una vuelta a la normalidad anterior que tarda en llegar, pero que todo indica que recuperaremos con plenitud este año. Si la economía descansará en los mismos escasos y conocidos pilares, la política es que no ha dejado en ningún momento de seguir anclada en la cotidianidad. El coronavirus no ha cambiado ninguna de las pautas conocidas y sufridas hasta ahora. La clase política ha mantenido sus tiempos, sus congresos, sus ascensos y descensos, sus primarias, sus peleas... Todo igual o con más intensidad si cabe.

Se irá el Covid y también lo hará Juan Espadas. Se quedará Sevilla con sus calores, sus apartamentos, su carencia de toldos, sus proyectos pendientes y sus jarras de sangría con tropezones para turistas que nos imponen sus horarios y costumbres. ¿Recuerdan la de bares que suprimieron las tapas y el servicio en la barra? Qué curiosa la cantidad de nuevos establecimientos que se anuncian ahora de una forma tan reveladora: ‘Barra sevillana’. Fíjense cómo se cuida ahora la forma de atender de siempre, por si acaso no llegan los turistas en la cantidad que vinieron hasta marzo de 2020, cuando se hacían chites sobre los dos sevillanos que se encontraron por Tetuán y se dieron un abrazo entre tanto guiri.

Necesitamos ser invadidos cuanto antes, quejarnos de nuevo de la cantidad de visitantes que pueblan las calles y de las horteras despedidas de soltero, huir del centro para que sea tomado por forasteros. Así podremos salir adelante mientras esperamos con ilusión las fiestas mayores o, mucho mejor, alguno de esos proyectos que nos hagan crecer como supuesta gran ciudad, más allá de los libros de Historia y de los poetas. Necesitamos volver a nuestras polémicas, quejarnos de la falta de taxis por la noche o de la mafia que se adueña de cierta parada, de los atascos en el Aljarafe, de los túneles que no se construyen, del Metro que no crece con una segunda línea...

Estamos deseando que septiembre nos reciba con esa rutina perdida temporalmente, porque nunca quisimos admitir que podríamos perderla para siempre. ¿Cómo será Sevilla tras la pandemia? Igual que antes. El sevillano sueña con que el coronavirus sea un paréntesis que pueda contar como una vivencia, como los que sufrieron las riadas, la última nevada, el traslado de la Feria o la muerte de Puerta. Prueba de ello es que hay bares directamente cerrados hasta septiembre (¿No había que trabajar todavía más en tiempos adversos para garantizarse un mínimo futuro?) y que dos de los proyectos que han llegado a la Gerencia de Urbanismo son apartamentos y una residencia.

Estamos ya analizando la reforma de la carrera oficial y especulando con quién será el sucesor interino de Espadas, mientras los caseteros amenazan con una huelga para la Feria de 2022. Suena, suena bien la cantinela de siempre. En el fondo, ya lo dijo aquel: Sevilla es una ciudad muy conservadora a la que le encanta un alcalde rojo. Pronto nos retiraremos de nuevo del centro no porque no haya sombra, sino porque habrá que dejar paso a los turistas. Iremos perdiendo el sello en favor de u na economía cortplacista. Somos como un gran iceberg que pierde la autenticidad de los cascotes poco a poco, lentamente. Nos preocupa solo el mañana. Y lo tenemos ya casi conquistado.