La caja negra

El poder de la niebla

  • Sevilla es una ciudad que mejora cuando se parece a Londres, aunque sea por una horas y a base de parecerse a la imagen idealizada que muchos ciudadanos tienen de su urbe. ¿Nos gusta creernos nuestra propia mentira?

La niebla marcó la estética de la ciudad en la mañana del pasado miércoles

La niebla marcó la estética de la ciudad en la mañana del pasado miércoles / M. G. (Sevilla)

HAY días que el canal del río conduce a la niebla, hacia la que el niño corre, pero nunca atrapa, ignorante de que está envuelto en la propia niebla. Hay mañanas que el Guadalquivir parece pintado por Ricardo Suárez o Joaquín Sáenz, cuando sus aguas posan pidiendo lienzos a carboncillo, acuarelas de tonos tarnerianos, óleos en grises matizados. La niebla que ves es la misma que te posee sin tú ser consciente. Estás dentro de ella pero sólo aciertas a verla en la distancia. Crees que tiene a otros en su poder, pero te tiene también a ti. Nos tiene a todos como un gigante que se reafirma en su poder al apresar al duendecillo en una mano.

La niebla visita la ciudad por unas horas y crea una metáfora perfecta, bella y cruel al mismo tiempo. No nos deja ver la salida, nos engaña sobre la certezas del futuro, nos deja embobados por su hermosura, pero nos oculta al mismo tiempo cuanto ha de venir. Nos asombra y nos hace abrir los ojos, pero también nos resta vista. En el fondo nos da igual, somos un pueblo que prefiere la belleza efímera al valor seguro a largo plazo. Desaparecen el rascacielos del futuro, los puentes históricos y los edificios más grandes de nuestro pasado.

La ciudad se empequeñece con la niebla, se recorta, se simplifica. Hay una niebla natural que tamiza los paisajes como hay una artificial que alimenta el poder, siempre presto a emborronar la realidad de forma interesada, es una niebla tóxica que engaña con plazos imposibles de cumplir, con fechas marcadas en el futuro con proyectos manidos que nunca llegan. El poder, sea cual sea, genera esa niebla pretendidamente hermosa que en realidad es humo de fritanga. Hay que saber distinguir entre la niebla y el humo, hay que conocer el paisaje de antemano para que no te engañen desde el atril de cada día. Todos los días soportamos el humo tóxico. Pocas mañanas disfrutamos de la niebla, sólo cuando Sevilla se reviste por una horas de Londres.

La niebla maquilla la ciudad, disimula sus arrugas y le hace sentirse más joven al tapar sus defectos. En el fondo la confunde, le hace creer quien no es, aunque sea sólo por un rato. El humo equivoca a los sevillanos, que sueñan con una red de Metro sin saber si irá por arriba o por abajo, con una Ciudad de la Justicia sin plan de transporte, con una nueva ronda de circunvalación sin túneles y con un centro habitable que nos vendieron como el símbolo de la ciudad de las personas, pero justo cuando quedaba un cuarto de hora para que Sevilla comenzara a ser la ciudad de las bicis, los veladores y los patinetes.

Las personas han pasado a ser lo último. Contra los autobuses vivíamos mejor. Qué bonita es Sevilla con niebla, cuando los piraguistas surcan el río que no tiene final, a la búsqueda de esa línea del horizonte de la que parece que van a salir sirenas cantando sugerentes melodías sobre un futuro imposible. Sirenas que nos hablan de hoteles, inversiones, torneos deportivos de primer nivel, ceremonias internacionales marcadas por los focos...

Y mientras la basura doméstica se acumula en los contenedores soterrados d epreciosas esquinas del centro histórico, hay que restringir eventos porque faltan policías locales o hay noches de fin de semana que resulta una odisea el retorno a casa porque faltan taxis. Las sirenas cantan, el pueblo duerme. Un paseo en piragua por Sevilla en una mañana de niebla es como vestirse de rey mago: todos los sevillanos deberían probarlo alguna vez. Todos deberían admirar la estampa idealizada que genera ese fenómeno de la naturaleza. Da la posibilidad de navegar por el río y contemplar cómo era la llegada a una ciudad sin Torre del Oro, sin las sedes de clubes privados, sin el Puente de Triana que estuvimos a punto de perder en los años setenta. La niebla nos permite soñar despiertos o dejarnos engañar, según se mire. Pocas ciudades resisten a la niebla, pocas continúan siendo bellas con la niebla. Le ocurre a la ciudad como le sucede a la Catedral, un edificio más bello cuando llueve.

Los días de sol a veces están sobrevalorados, cuando la lluvia y la niebla ofrecen una carga emotiva muy superior en determinadas ocasiones. No desprecien estos días grises que han pasado, desprecien muy al contrario a quienes les venden la ciudad del futuro envuelta en el humo tóxico de promesas forzadas por intereses partidistas, por los plazos de las elecciones, por la necesidad de ofrecer cada día un caramelo a un pueblo indolente tomado por tonto. Navegar es una forma de sentirse libre. Dejarse llevar por los meandros de la niebla es una manera de soñar. Sevilla con niebla es una bella mentira.

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