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El hombre y la Tierra | Banda sonora

'Afrobeat' para la fauna ibérica

  • Quartet Records publica un cuádruple CD con la música de Antón García Abril para 'El hombre y la tierra', la mítica serie de Félix Rodríguez de la Fuente que se abría con su memorable sintonía de aires africanos

Félix Rodríguez de la Fuente con un lobo en una imagen de 'El Hombre y la Tierra'.

Félix Rodríguez de la Fuente con un lobo en una imagen de 'El Hombre y la Tierra'.

Emitida por TVE entre 1974 y 1981, la serie documental El hombre y la Tierra forma ya parte de la historia de la televisión y de la memoria colectiva de muchos españoles que descubrimos la riqueza y la diversidad de la fauna ibérica (también la venezolana y la norteamericana) de la mano del arrojo aventurero, el afán divulgativo y la inconfundible voz narradora del mítico Félix Rodríguez de la Fuente, fallecido en pleno rodaje en Alaska en marzo de 1980.

Aquella serie se abría con una exótica y enérgica sintonía de ritmos tribales que, según nos cuentan, se baila hoy en las discotecas bajo la etiqueta del Afrobeat, una sintonía compuesta por el maestro Antón García Abril (Teruel, 1933) que, de mano de las reposiciones y ediciones videográficas de la serie, ha seguido sonando a lo largo de los años como parte del patrimonio popular de una generación crecida en la Transición.

Pero más allá de esa melodía de reminiscencias africanas (el origen de todo, se entiende), ritmos salvajes y sincopados, heterodoxa y brillante orquestación y compleja estructura, la extensísima y memorable música de García Abril para la serie, piezas compuestas al cronómetro y otras de libre disposición a lo largo de los capítulos, no había encontrado edición discográfica hasta hace apenas un mes, cuando el sello Quartet Records, en colaboración con TVE, ha puesto en el mercado un cuádruple CD, 80 cortes, más de 260 minutos de música convenientemente restaurada y remasterizada por Chris Malone bajo supervisión del compositor, con la casi totalidad de los temas que acompañaron los 124 episodios de la serie en sus distintas etapas y temporadas.

Estamos por tanto ante un verdadero acontecimiento de la música cinematográfica y televisiva española, pero sobre todo ante un monumental y heterogéneo catálogo de música programática que busca una traslación al lenguaje orquestal y sinfónico, a la manera de un particular Carnaval de los animales con algunos arreglos pop, de la fauna, el paisaje y los tiempos, ritmos y flujos de la naturaleza, en el que vendría a ser uno de los trabajos pioneros en el género imitado luego por documentales similares.

Un repaso a los títulos de algunos temas arroja una idea clara de los objetivos de García Abril: La Primavera, por ejemplo, se abre desde el piano y la celesta hacia la luminosidad y el florecimiento de la estación, fraguados en una melodía muy setentera que puede recordar a Legrand, Lai o a los maestros impresionistas o del cine italiano de la época; algo parecido sucede con El invierno, donde la luminosidad deviene melancolía y las escalas simulan la caída de la nieve; El cortejo del oso se despliega como divertimento o scherzo sobre las notas graves del trombón, mientras que Lobos cazando recupera cierta rítmica ancestral desde el piano para progresar en un crescendo instrumental al que se suman, en genial contrapunto, los distintos colores de la sección de metales para concluir en una furiosa orgía depredadora. Hombres a caballo imita el trote propio del western desde el contrabajo como ritmo de base para la guitarra española; y  en nueva referencia al lobo siempre acechante, El gran matador introduce las voces corales en su sonoridad más grave y sombría en la frontera de la música de vanguardia, que asoma a lo largo de la serie como traducción de la amenaza o lo ominoso.

Podríamos desglosar aquí más temas y sus referencias, y la conclusión sería parecida: lo que hace García Abril en esta serie es un verdadero trabajo de traducción e interpretación musical a la manera de los poemas sinfónicos y la música programática de la frontera del XIX-XX, una lectura, a veces explícita, otras mucho menos previsible, de las imágenes de la naturaleza y la fauna donde su esencial, reconocible e irrenunciable sello melódico y la herencia del lenguaje postromántico y cinematográfico se funden en un auténtico relato con vida, narrativa y personajes propios.

Muy popular en los 60, 70 y 80 por sus trabajos para el cine (La ciudad no es para mí, Sor Citröen, Texas, adiós, Las Ibéricas F.C., La colmena o Los santos inocentes, tal vez su obra maestra) y la televisión (Fortunata y Jacinta, Ramón y Cajal, Anillos de Oro), García Abril abandonaría el medio en los 90 (uno de sus últimos trabajos fue la orquestación sinfónica de marchas procesionales para Semana Santa) para dedicarse por entero a su obra sinfónica para concierto, a sus ciclos de canciones operísticas y a su repertorio de cámara y piano, que lo han convertido en uno de nuestros compositores vivos más respetados e interpretados en todo el mundo.

Es posible que él mismo considere aquellos trabajos funcionales para el cine y la TV como el tramo menor de su obra o en un nivel inferior al de su repertorio autónomo. Sin embargo, me atrevería a decir que su música para El hombre y la Tierra perdurará más allá de sus sinfonías y conciertos. Son las paradojas de lo popular frente a lo culto, pero también, la consecuencia lógica de unos trabajos musicales con tanto o más valor, rigor y exigencia que los de sus hermanos mayores.

El hombre y la tierra