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El régimen chino afronta los Juegos en un año plagado de calamidades

  • Los desastres naturales y el alza del coste de la vida han multiplicado las tensiones hasta colocar al país al borde del estallido · Las autoridades se esfuerzan sin éxito en dar apariencia de normalidad

China es "una nación plagada de catástrofes", se lamentó el primer ministro, Wen Jiabao, durante una visita a una región del suroeste del país recientemente devastada por un brutal terremoto.

Y es que justo en este año olímpico, el gigante asiático se enfrenta a conflictos políticos internos, disputas con el extranjero, una inflación galopante y tensiones sociales al borde del estallido.

China aseguró el miércoles que ha frustrado los planes de al menos cinco "grupos terroristas" que pretendían realizar ataques contra varios objetivos durante los Juegos Olímpicos y que en el primer semestre del año, la Policía detuvo a 82 sospechosos de querer atentar contra este país.

Cuando falta un mes para el comienzo de este evento en Pekín, las crisis internas reclaman toda su atención. Y aunque la propaganda se encargue de ensalzar la rápida capacidad de reacción del Gobierno ante la aglomeración de catástrofes, aumenta el temor de que los problemas terminen por sobrepasarlo.

La histórica nevada que anegó en enero el sur de China fue el primero de una sucesión de golpes. En marzo estallaron las protestas del Tíbet contra la dominación china. Los consecuentes incidentes durante el viaje de la antorcha olímpica en todo el mundo generaron en China un contramovimiento nacionalista insuflado por la propaganda comunista. Muchos chinos que sólo reciben la información oficial sintieron que el resto del mundo quería quitarles los Juegos.

Las heridas se sanaron, paradójicamente, mediante otra catástrofe: el brutal seísmo que destruyó la provincia de Sichuan en marzo desvió la atención hacia esta tragedia humanitaria, que dejó más de 80.000 muertos, y la solidaridad internacional hizo ver a muchos chinos que el mundo no estaba en su contra.

Ni siquiera habían terminado los trabajos de desescombro del seísmo cuando las indundaciones estivales se presentaron más temprano y con mayor fuerza que nunca y dejaron sumergidas varias provincias. Los supersticiosos chinos sintieron que su país estaba maldecido.

Hoy se sabe que la lucha contra las crecidas se extenderá todo el verano. "La temporada de inundaciones se superpondrá con los trabajos de reconstrucción de la región afectada por el sismo y con los Juegos Olímpicos", advirtió el diario del partido Liaowang.

Las catástrofes dispararon además los precios de los alimentos. A pesar del control estatal, la inflación de un 8% es la más alta desde hace 11 años. Los chinos gastarán en comida un 22% más que el año pasado. La carne de cerdo aumentó un 68% y el aceite un 46%.

Si bien el país logró sortear hasta ahora la crisis alimentaria mundial gracias a sus enormes reservas de grano, el aumento del crudo obligó al Gobierno, siempre preocupado por evitar la tensión social, a subir hasta un 18% el precio del combustible. Ante la situación del mercado mundial, la producción para las refinerías perdió utilidad y comenzaron a escasear la gasolina y el diésel.

El Gobierno conoce bien los riesgos del descontento social. Con el objetivo de presentar al mundo una "nación armónica" durante los Juegos Olímpicos, esta semana comenzó una campaña para impedir quejas de ciudadanos disconformes y evitar "incidentes masivos". Garantizar la estabilidad social y la marcha impecable de la fiesta olímpica "es una dura batalla que hay que ganar en cada grupo y en cada nivel", se pidió a todas las autoridades.

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