Años de fecunda libertad

En los 80 ocurrieron muchas cosas en España aparte de la Nueva Figuración; de la riqueza y de la diversidad de propuestas de aquella época deja constancia esta exposición en el Casino

1. 'Máquina en plata' (1976), del sevillano Manolo Quejido. 2. 'Serea flautista' (1984), de la viguesa Menchu Lamas. 3. 'La fiebre del heno' (1986), del coruñés Carlos Alcolea, parece presidir esta muestra en el Casino de la Exposición.
1. 'Máquina en plata' (1976), del sevillano Manolo Quejido. 2. 'Serea flautista' (1984), de la viguesa Menchu Lamas. 3. 'La fiebre del heno' (1986), del coruñés Carlos Alcolea, parece presidir esta muestra en el Casino de la Exposición.
J. Bosco Díaz-Urmeneta Sevilla

27 de abril 2015 - 05:00

La fiebre del heno, el cuadro de Carlos Alcolea (La Coruña, 1949-Madrid, 1992), parece presidir la muestra. Colores intensos que rozan conscientemente el kitsch y buenas dosis de humor: ¿por qué, si no, elevar al lienzo la molesta prosa de una alergia de primavera? Hubo muchas cosas en los años 80 en el arte español pero sin duda la llamada Nueva Figuración abrió caminos. Se advierte especialmente en las piezas hechas en esos mismos años, como ocurre con la obra de Alcolea y también con las tres piezas de Manolo Quejido (Sevilla, 1946): el autor, tras unos años indagando mediante la informática alternativas de la forma, pasó a investigar los límites de la pintura en un ejercicio diario sobre cartulinas de 100x70 cm. Algunas de las figuras así generadas las convertirá en símbolos, como la máquina de escribir: esta metonimia del escritor Quejido la transforma en metáfora del trabajo del pintor, porque pintar es pensar y proyectar, esto es, maquinar.

Estas piezas se completan con obras más recientes de otros miembros del grupo: El juicio de Paris de Pérez Villalta (Tarifa, 1948) evidencia el interés que mostraron por el mito y la tradición pictórica, algo que también se advierte Gallinita ciega de Carlos Franco (Madrid, 1951) que hace pensar en Watteau y su Embarque para Citerea. Chema Cobo (Tarifa, 1952), en Lost in the Paradise, una suerte de alegoría expandida, apunta a otra tradición, la del conceptismo español, mientras Alfonso Albacete importa otra metonimia, la silla del director de cine, para hacerla metáfora de la pintura que, como el cine, también genera nuevas formas de ver.

Dije antes que en los años 80 ocurrieron muchas más cosas en España. La colección Los Bragales recoge muchas (aunque no todas), como la persistencia y renovación de la abstracción en lo que coinciden Casa de seda blanca, de Juan Navarro Baldeweg (Santader, 1939), y Soñé que revelabas XV de Juan Uslé (Santander, 1954). De la coexistencia de abstracción y geometría levantan acta una figura imposible de José María Yturralde (Cuenca, 1942) y el damero -Pan de Cal VII- de Santiago Serrano (Toledo, 1942) donde los exactos cuadrados se construyen con valores atmosféricos.

Todo esto se completa con los pintores gallegos fugazmente agrupados en Atlántica. Entre los cuadros expuestos, destacan la fantasía y el color de Menchu Lamas (Vigo, 1954) y el vigor arcaizante de las figuras de Antón Patiño (Monforte de Lemos, 1957).

Aún hay que añadir las obras de los autores del Grupo Trama, José Manuel Broto (Zaragoza, 1949) y Xavier Grau (Barcelona, 1951), que proyectaban una abstracción vinculada a las ideas de Marcelin Pleynet (un intento de reducir la pintura a sus componentes materiales de modo que estimulara la sensibilidad sin recurso alguno a la ilusión), la de Ferrán García Sevilla (Palma de Mallorca, 1949), de corte conceptual, y dos cuadros de singular importancia: las atrevidas texturas del lienzo de la serie Plaza de la Bastilla de José María Sicilia (Madrid, 1954) y la potente construcción, con ecos expresivos y románticos, NP 17 de Miguel Ángel Campano (Madrid, 1948).

Tal vez resulte cansada la enumeración, pero insisto en ella para mostrar la fecundidad de la época, el deseo de buscar y explorar desde perspectivas muy diferentes, síntoma quizá de la nueva etapa que vivía el país, una vez silenciados los reiterados ruidos de sables que culminaron y terminaron en la asonada del 23 de febrero. Desde ese punto de vista, la muestra invita a los más veteranos a hacer provechosas excursiones por la memoria, mientras los más jóvenes quizá se vean interpelados por una época en la que, bajo iniciativas muy heterogéneas -que a los espíritus ordenados parecerá desconcertante-, circula una entusiasta voluntad de indagar posibilidades, estudiar nuevas perspectivas, subrayar valores concretos de la pintura, diversas vertientes de la figura y lecturas diferentes de la tradición artística.

La colección es en este sentido sobre todo un estímulo, un aguijón al conocimiento de esos años. Afortunadamente no faltan en Sevilla instrumentos para ampliar ese saber. El Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, además de organizar una amplia exposición sobre la época, editó en la red los números de las revistas Figura y Separata y conserva de esta última los archivos, un material necesario para el investigador y útil para todo aquel que no se contente con hablar de memoria.

La colección Los Bragales tiene, como he señalado antes, determinadas ausencias. Bastantes. Los abstractos que trabajaban en esos años en Sevilla pero también autores como Soledad Sevilla y Jordi Teixidor. También se echa de menos a Luis Gordillo. Sin él apenas se entendería el trabajo de la Nueva Figuración Madrileña con la que he iniciado estas líneas.

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