ORQUESTA DE CÁMARA DE BORMUJOS | CRÍTICA

Españoles románticos en París

La Orquesta de Cámara de Bormujos en el CEU.

La Orquesta de Cámara de Bormujos en el CEU. / Federico Mantecón

París era una fiesta. Un vasco, un catalán y un sevillano coinciden en la escena musical parisina de la década de los veinte en plena efervescencia de la moda por la música española en la Francia posterior al Congreso de Viena. Uno, Arriaga, buscando ampliar su formación musical con la ayuda de un Manuel García plenamente instalado en la fama como cantante en los teatros de París y que, a su vez, le abrió las puertas de los salones musicales a un Fernando Sor que huía de la saña con la que Fernando VII perseguía a los afrancesados (y también a los liberales, por supuesto). Toda una fiesta musical española en el corazón cultural de Europa que Alberto Álvarez Calero ha sabido recrear en este imaginativo y meritorio concierto de la Orquesta de Cámara de Bormujos.

Con gran parte de los violines primeros renovada, la obertura Los esclavos felices arrancó con clara indefinición en el sonido de las cuerdas, con dificultades para encontrar el sonido que el director buscaba mediante una articulación seca, de arcos cortos, poco vibrato y leve presión sobre las cuerdas. Pero con las solventes maderas y una enérgica cuerda grave todo se encauzó en la brillante obertura Alphonse et Léonore de Sor, llevada por la batuta sin desmayo a un tempo vivo que enlazaba las frases de forma ágil, consiguiendo resultados notables de los violines en sus rápidas figuraciones. Novedad casi absoluta fue la sinfonía de García, inspirada y original con sus audaces modulaciones y que recibió una versión exultante, llena de ritmo, gracia y chispa, merced a un empaste ya plenamente abrochado y a una mano rectora que supo extraer de la partitura todos los matices expresivos, desde los más galantes (Allegretto final) a los más chispeantes (Menuetto, con un trío en modo menor de irrupción bien subrayada).

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