Crítica 'Negociador'

¡Aúpa Cobeaga!

Negociador. Comedia dramática, España, 2014, 78 min. Dirección y guión: Borja Cobeaga. Fotografía: Jon D. Domínguez. Música: Aranzazu Calleja. Intérpretes: Ramón Barea, Josean Bengoetxea, Carlos Areces, Melina Matthews, Jons Pappila, María Cruickshank, Óscar Ladoire, Raúl Arévalo, Secun de la Rosa.  

Desde Vaya semanita, a Cobeaga le debemos parte del levantamiento de veto para afrontar el tema del terrorismo o el conflicto vasco desde una mirada irónica y paródica, sin miedo a lo políticamente incorrecto, repartiendo a un lado y a otro con la misma dosis de humor y desmitificación. Ocho apellidos vascos, de cuyo guión es corresponsable, incidía en una misma superación de ciertos tabúes aunque desde una perspectiva costumbrista, estereotipada y, a la postre, complaciente que la acabaría convirtiendo en la película más exitosa del cine español. De sus dos primeros filmes como director (Pagafantas, No controles) habíamos apreciado su escritura, su generosa tipología del loser, su oído para el lenguaje, a pesar del lastre romántico y una excesiva deuda con modelos norteamericanos.

Pues bien, parece que con Negociador el donostiarra se desembaraza por fin de los problemas de una y otra tendencia para afirmarse como un cineasta singular y con voz propia, capaz de abordar uno de sus momentos-clave del conflicto vasco instalado sobre una sutil línea roja que no esconde su deuda con el post-humor (ese arranque con un montaje paralelo y acelerado entre el rostro de Ramón Barea y un filete de ternera friéndose en la sartén) para encontrar en los márgenes de su núcleo argumental, centrado aquí en un trasunto del Jesús Eguiguren que negoció con los mandos etarras el fin del terrorismo, todo un potencial cómico que funciona a partir del distanciamiento y el extrañamiento, como si un ojo ajeno e ignorante observara su dialéctica, sus diferencias semánticas y su desencuentro para dejar al descubierto el gran ridículo que se esconde detrás de los discursos extremos nacionalistas y patrióticos.

Un Ramón Barea gigante compone en modo bajo a un personaje memorable, un tipo tan voluntarioso en su empeño por conseguir la paz y acercarse al enemigo como incapaz de hacerse el nudo de la corbata, plancharse una camisa o manejar un teléfono móvil. Cobeaga saca petróleo de esas acciones cotidianas, haciendo de los tiempos muertos de esta negociación en Francia el verdadero foco de interés y comicidad de su película: el encuentro con la prostituta, el desencuentro con la traductora, los momentos no planificados con los dirigentes de ETA en el hotel, en un parque, en un restaurante regentado por un español.

Pero lo más interesante es comprobar también cómo Cobeaga puede ser un cineasta de imágenes y puesta en escena además de un cineasta de guión, situaciones y personajes: el uso del formato panorámico, la voluntaria ralentización del tempo narrativo o el uso de los tiempos muertos o los silencios incómodos hacen de Negociador una película más próxima a una cierta sensibilidad independiente que a uno de esos productos de fórmula y escaso apego por las formas a los que nos tenía acostumbrados hasta ahora.

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