MARIAROSARIA D'APRILE & TOMMASO COGATO | CRÍTICA

La serena poesía de un violín y un piano

Mariarosaria D'Aprile y Tommaso Cogato.

Mariarosaria D'Aprile y Tommaso Cogato. / Carolina Cuadrado

Hace ciento ochenta y ocho años que nació Johannes Brahms (justo el 7 de mayo de 1833) y su música nos sigue conmoviendo y llegando a lo más profundo. “Brahms el progresivo”, lo denominó Schönberg. Mariarosaria D’Aprile participó el viernes en la interpretación de Pierrot Lunaire y al día siguiente se encerró en la misma sala con las tres sonatas para violín y piano de Brahms (más el Scherzo de la Sonata FAE como propina), como si quisiera establecer el vínculo expresivo entre el maestro de Hamburgo y el de Viena.

Los dos intérpretes se sentaron frente a estos monumentos de la expresión sonora de los sentimientos desde el control de los efectos y desde la perspectiva de respeto al decoro que tan grato le hubiese sido a Brahms, alguien capaz de mantener sometida a su pasión por Clara Schumann a los límites del respeto y de las formas sociales. Pues bien, esa efusividad pasional que se destila, especialmente en la primera sonata (dedicada a Clara), fue traducida en sonidos mediante el control de recursos que, como el portamento, el rubato o el vibrato, pueden conducir a un fraseo amanerado y exagerado.

Ello no supuso, ni mucho menos, que no aflorase el romanticismo profundo de estas músicas gracias al sonido lleno de color, siempre cálido y lleno de acentos de D’Aprile, ahora ligero como una caricia, ahora denso y profundo como un abrazo, jugando con la intensidad de los ataques a dobles y triples cuerdas. Cogato, por su parte, hizo del pedal su aliado para jugar con el color, haciendo cantar al teclado en esos segundos temas líricos en los que Brahms pide intimidad poética.

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