LA VISIÓN DEL ILUSTRE FOTÓGRAFO

El álbum sevillano de Brassaï

  • El fotógrafo, revisado ahora en una retrospectiva en Madrid, llegó a la capital andaluza en 1951 para ofrecer con sus imágenes una lectura documental y antropológica de las fiestas primaverales     

Unos costaleros asoman por debajo de un paso, en una fotografía tomada por Brassaï en 1951.

Unos costaleros asoman por debajo de un paso, en una fotografía tomada por Brassaï en 1951. / MUSEO REINA SOFÍA

En el número de abril de 1953, la revista Harper's Bazaar incluía en sus páginas un reportaje fotográfico en el que aparecían penitentes con el rostro cubierto, mujeres de luto riguroso y adultos vestidos de legionarios romanos. Los lectores miraban sorprendidos las imágenes de Brassaï, pseudónimo que dio cobijo al húngaro Gyula Halász (1899-1984) tras asentar vida y nación en Francia. Al año siguiente, esas instantáneas, acaso la gota purísima del artista, aparecieron reunidas en el libro Seville en fête: "Después de la lúgubre procesión de capirotes, después de los agonizantes y los flagelados, de los lamentos y las marchas fúnebres, llega el estallido de la Feria...".

Pero la historia de estas imágenes tiene su primera chispa mucho más atrás. Casi en el mismo momento en que su autor tomó por primera vez entre sus manos una cámara Voigtländer y, al asomar la córnea por el visor, decidió que el mundo debía ser contado del otro lado del objetivo. Su talento para la fotografía comenzó a hervir junto a Eugène Atget, pero ganó novedad con los surrealistas, quienes le enseñaron que el genio no está sujeto a obediencias. A partir de ahí, él escogió mirar la calle. A quienes la pisan. A los que se refugian en las aceras, en los parques, en los antros, tal como se descubre en la retrospectiva que le dedica hasta el 2 de septiembre la Fundación Mapfre en Madrid.Se sabe que Brassaï ganó fama con el libro Paris de nuit (1932), donde acumuló miradas de muchos quilates. El éxito de aquel trabajo le puso en órbita entre las revistas de arte y de actualidad más prestigiosas. Así, sus instantáneas empezaron a salir regularmente en Minotaure –donde la serie dedicada a las esculturas involuntarias le valieron la admiración de Salvador Dalí y de André Breton, quien, impresionado, le pidió que ilustrase L'Amour fou- o en Verve, que le hizo numerosos encargos. Bien colocado en la parrilla de salida, no tardaría en incorporarse a Harper's Bazaar, donde su directora, Carmel Snow, le propuso pagarle 3.000 francos por dos imágenes al mes.

Brassaï deslizó comentarios en 'Seville en fête' que acaso expliquen el veto del libro en la España de los 50

A veces, el trabajo de Brassaï consistía en atender las necesidades editoriales de la histórica publicación, fundada en 1867. Otras, el fotógrafo lanzaba las propuestas que le interesaban. Y aquí, en esta última coordenada, se sitúa su interés en viajar a Sevilla para sus fiestas primaverales. En concreto, se trataba de una parada más en un ambicioso proyecto sobre manifestaciones del arte popular. Él quería dejar testimonio de un mundo a punto de desaparecer, algo así como el mapa atávico de algunos ritos casi en desuso, la superchería que podría hallarse entre los pliegues de la tradición, la tiritona de la fe como una espuela vengativa o como un camino de salvación.      

Así, el fotógrafo se plantó en Sevilla en la primavera de 1951. Llegó acompañado de la escritora Dominique Aubier, quien firmaría un amplio texto en el remate final de la aventura, el libro Seville en fête, nunca publicado en España. En la serie, con su carrusel de setenta fogonazos, están atrapados hombres y mujeres que parecen vivir al margen de su presente, convocados por la presión inflamable del fervor o del júbilo, como lo primero de la especie, como el último eslabón de la pureza. "La Semana Santa, tan emotiva, la Feria, desbordante de alegría, han acabado por convertirse en el único pensamiento de la ciudad andaluza, su razón misma de vivir", vislumbra el artista.

Porque Brassaï concibió la aventura a modo de experiencia documental, casi con vocación antropológica. Así, se vio en la necesidad de ofrecer al lector de Seville en fête no sólo una descripción de las imágenes, sino un fondo para entenderlas. "Él tuvo muy en cuenta que se trataba de un trabajo que iba a ser mostrado fuera de nuestro país y que requería, por tanto, un aparato de información que lo situara en el contexto en el que se producía", apunta acertadamente sobre el asunto Olivia María Rubio en el catálogo de la exposición Brassaï en Sevilla (Caja San Fernando, 2007), la única ocasión que ha podido verse al completo este trabajo en la capital hispalense.

"La Semana Santa y la Feria han acabado por convertirse en el único pensamiento de la ciudad, su razón de vivir"

Así, entre ese ovillo humano que lo popular convoca, Brassaï busca con una cámara colgada al hombro qué hay detrás de los destellos del éxtasis, de los ilimitados resortes de la risa, en definitiva, lo que queda fuera del alcance del cerebro humano. Busca, decimos, la raíz cuadrada de la fe, la terrible extrañeza de la alegría. Y lo encuentra. O se acerca temerariamente hasta mostrar la verdad de tales celebraciones: "Es la ‘entrada' de la Macarena. En la plaza, la muchedumbre se apretuja desde hace varias horas (…). No conseguirán ver a la diosa, pero se habrá vivido el momento más intenso de la Semana Santa. Porque el destello de la Macarena tiene esa fuerza".  

En ocasiones, el fotógrafo desliza comentarios que acaso explican el veto al libro en la España de los cincuenta, aún incrustada en la autarquía franquista. Así sucede al describir al cardenal Segura: "Abrigado, con el rostro oculto por una bufanda violeta, el cardenal arzobispo Segura, jefe espiritual de Sevilla, famoso por su severidad y su intolerancia, vuelve con su séquito al Palacio Arzobispal". O cuando se refiere a un padre y su hijo vestidos de nazarenos que regresan a casa después de la estación de penitencia: "La presencia de los capirotes y de los soldados disfrazados de romanos en medio del gentío da a ciertas calles de Sevilla el aspecto de un insólito carnaval".

En definitiva, los retratos de Brassaï, las escenas vivas, las fotografías de testimonio que reunió en Sevilla exhibían una realidad de frontera. De esa frontera que la lógica establece con aquello que se vuelca del lado de lo que se desconoce. Son estampas callejeras donde el ser humano ya no funciona como él creía, pues todo le parecía distinto, sugerente y casi irreal. Bien lo adivinó el escritor y académico Henry de Montherlant en el prólogo al volumen Seville en fête: "Para los franceses, el sevillano es algo más extraño que un tigre". Y remató: "Los españoles viven en un mundo completamente aparte (...), un mundo muy lejos de Europa y de 1954".  

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