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Eduardo II, Ojos de niebla | Crítica de teatro

Buscando al clásico con reivindicación

El inefable Manuel Galiana y José Luis Gil en un momento de 'Eduardo II. Ojos de niebla'

El inefable Manuel Galiana y José Luis Gil en un momento de 'Eduardo II. Ojos de niebla' / Alberto Rodríguez Álvarez

Este Eduardo II escrito por Alfredo Cernuda (también actor) apuesta absolutamente por la palabra. La dirección de Azpilicueta se  limita a mover a sus actores como piezas de un ajedrez. Una sola estancia, un pequeño montículo, un trono y una pared para que los intérpretes entren y salgan para hacer su trabajo, por cierto, con desigualdad de aciertos. José Luis Gil da vida al desdichado Eduardo II, rey de Inglaterra (que no fue tan desgraciado según cuenta la historia, aunque la misma la escriben los que ganan). Casado con Isabel de Francia tuvo cuatro hijos con ella y dio descendencia para una futura unión entre las dos naciones.

Alfredo Cernuda escribe un drama histórico donde enfrenta los poderes fácticos, el odio visceral de su esposa y la Iglesia contra la homosexualidad del rey. Aunque se dan profusos datos no se comprende bien el conflicto. Según cuentan los anales históricos, los favoritos del rey fueron déspotas y derrochadores.

José Luis Gil tiene momentos brillantes y es el único que puede jugar entre la figura regia y la de hombre enamorado. La peluca le desluce. Sin duda, la aparición de Manuel Galiana, a pesar de los clichés negativos que rodean a su personaje, el prestamista judío, elevan la obra ante su magisterio y maravillosa presencia. El público ovacionó en pie.

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