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Carmen | Crítica

Carmen de los legionarios

Casi treinta años ha habido que esperar para que Carmen retornara al Maestranza y lo ha hecho en condiciones poco favorables. Hubo primero que renunciar a una producción propia, luego a los ensayos más importantes de la contratada y finalmente ha sido necesario retrasar el estreno, que ha llevado a cabo además el segundo elenco previsto. Demasiados obstáculos en el camino para que todo funcionara bien la primera noche. Pero el público estaba ávido de Carmen y hubo aplausos para todos.

Sin la posibilidad de ofrecer el trabajo previsto de Emilio Sagi, los responsables del teatro apostaron sobre seguro, contratando la exitosa producción que Calixto Bieito presentó en 1999 en Peralada y luego ha ido renovando en dos décadas en los que ha recibido alabanzas de la crítica nacional e internacional. Es una de las producciones operísticas más comentadas de lo que llevamos de siglo, por lo que tampoco cabe añadir mucho más. Con su Carmen de frontera, Bieito aligera la condición de mujer fatal de la protagonista sin necesidad de anular su atractivo sexual (así en la Habanera que empieza con desgana, tras discutir suponemos que con su novio por teléfono, para ir cargándose luego de electricidad física) para situarla en un mundo de violencia cotidiana, habitado por rijosos legionarios de patilla y pulgares en el cinto, oficiales corruptos, traficantes y proxenetas de tres al cuarto y baratas putas alcohólicas.

Si la obra de Bizet recoge originalmente todos los tópicos de la España que dibujaron los viajeros románticos, Bieito recurre a otros estereotipos para trazar un cuadro amargo de la España de los 70. Una España de cabinas telefónicas, mercedes desvencijados, castigos humillantes y niños hambrientos que ya no juegan a ser soldaditos, porque lo que quieren es comer. Desde su presentación en el Real en 2017, Bieito rebajó la crítica feroz al nacionalismo (que sigue haciendo la misma falta ahora, si no, más) al reducir la presencia de la bandera nacional en cometidos poco honorables (un trapo para limpiar un parabrisas mugriento, un capote o una toalla playera). Aquel era el aspecto más polémico de su montaje original; su renuncia tiene algo de concesión al populismo rampante.

De cualquier forma, la propuesta sigue teniendo extraordinaria vigencia, más allá del machismo latente y patente (que será lo único que verán algunos) y de las crisis fronterizas, por la fuerza de los símbolos y la convincente concepción teatral del dramaturgo burgalés, que empieza con la presencia de la arena circular desde el arranque mismo del espectáculo (capaz de crear todo un universo mental en sí misma) y tiene como momentos especialmente destacados el segundo entreacto, con el maletilla desnudo toreando a la luz de la luna y el toro de Osborne de fondo, una de las imágenes poéticas más hermosas que se han visto en el Maestranza en los últimos años, el campamento formado con los coches y las mercancías de contrabando en el tercer acto y todo el cuarto acto, que teatralmente es prodigioso: desde el tratamiento del coro inicial, que nos ahorra el desfile de las cuadrillas sin que nadie las eche de menos, pasando por el toque tenebrista del dúo entre Escamillo y Carmen, convertido en elegante plegaria, hasta el dúo final, de una potencia trágica tal que libera a Carmen del mito folclórico y ahonda en las raíces más profundas de las pasiones humanas. Lástima que hubiera desajustes en la escena coral y que faltara una mayor profundización en el trabajo actoral del dúo definitivo.

En lo musical, quien peor lo pasó fue el coro, especialmente las voces femeninas, con algunos problemas de sincronía y un arranque de agudos problemáticos. La estonia Anu Tali arrancó desbocada y fue poco a poco controlando el potencial de la ROSS, ajustando el volumen a las necesidades de los cantantes y logrando sus mejores momentos en los pasajes más desnudos.

Sandra Ferrández tiene los medios para Carmen, un timbre oscuro que favorece el perfil más dramático de la protagonista, buena proyección, registro suficiente y homogéneo, capacidad para el matiz. Le falta profundizar en el personaje, más variedad expresiva, encontrar las palabras en las que cargar el énfasis. No todo debe ser dicho igual. Su primer acto fue demasiado plano, y aunque en todas las escenas de conjunto aportó distinción y se la notó entregada, nunca se impuso realmente como la gran heroína trágica que es.

Antonio Corianò es un tenor lírico que resultó un Don José muy eficaz, sobre todo en el dúo del inicio con Micaela. Su aria de la flor fue correcta, pero demasiado plana en inflexiones. Al final, cuando la voz debe ensancharse y pide más metal, puso arrojo y brío, lo que provocó algún problema con la línea y desigualdad en el color.

El Escamillo de Jean-Kristof Bouton es el típico de un barítono lírico, con graves que se diluían con frecuencia, sobre todo en sus famosos couplets y en el breve dúo final con Carmen, pero fraseó con gusto y lució algunos reguladores de mucha clase.

La mejor del cuarteto protagonista fue sin duda la Micaela de Raquel Lojendio, sutil, elegante y variada, con un lirismo desbordante en su dúo del primer acto, que condujo sin ambages, y capaz de oscurecer el tono en su aria del tercer acto, con una sección central ardorosa, muy matizada en dinámicas y con acentos poderosos.

De los comprimarios, espectacular el Zúñiga de Felipe Bou, con un timbre bellísimo, una proyección magnífica y unos graves rotundos. Voz trasera en cambio la del Morales de Méndez Silvagnoli. Del cuarteto de contrabandistas, eficaces ellos y estupendas ellas, brillante y limpísima la Frasquita de Brasó, algo más irregular por un vibrato no siempre grato la Mercedes de Gomá.

Han hecho falta treinta años para que Bieito, indiscutible maestro de la ópera contemporánea, visite el Maestranza. El éxito de su propuesta este sábado de mayo hace aún más incomprensible una ausencia  que se basa en un prejuicio muy extendido, según el cual el público sevillano es de natural conservador, como si en Sevilla hubiera un solo tipo de espectador. Confío en que al más reacio a la innovación y el riesgo escénicos esta Carmen fascinante al menos le haya servido de vacuna contra el hastío y la esclerosis.

 

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