ORQUESTA DE LA FUNDACIÓN BARENBOIM-SAID | CRÍTICA

El talento musical que no cesa

Nuno Coelho.

Nuno Coelho. / D.S.

En junio del 2021 nos visitó el maestro portugués Nuno Coelho para ponerse al frente de la Sinfónica en un concierto que resultó ser uno de los mejores de la temporada 2020-2021. Aquella gratísima impresión nos hacía esperar lo mejor de esta nueva comparecencia, en esta ocasión con las huestes juveniles y hasta infantiles de la Fundación Barenboim-Said. Y el resultado ha sido aún más espectacular e impresionante, habida cuenta de las edades y del bagaje interpretativo de la orquesta.

Ya en la exposición de los primeros compases del preludio de Tristán e Isolda se pudo adivinar que Coelho iba a mostrar una dirección atenta a cada detalle expresivo y tímbrico, pues pocas veces hemos sentido con tanta claridad el mensaje de misterio de los silencios entre uno y otro acorde tristanesco. Y el sonido terso, sedoso y empastado de los violonchelos en la exposición del tema lírico fue de poner el alma en un puño por la fusión de belleza melódica y sonora. El maestro manejó las dinámicas con auténtico sentido plástico del sonido y administró las tensiones y distensiones con mano admirable e imbuida de poesía.

Ese sonido denso de las inspiradas cuerdas acompañó en la exposición del primer tema del concierto de Rachmaninov, en el que Kozhukhin brilló tanto en lo técnico (impecable pulsación, incluso en los pasajes más rápidos del Adagio sostenuto) como en lo expresivo, con un fraseo intenso en los movimiento extremos y articulado mediante un sutil rubato en el intermedio a la vez que delicado según el momento, en una interpretación sobresaliente. Que también sabe usar el teclado como vía de comunicación de las más íntimas sensaciones quedó de manifiesto en la delicadísima manera de frasear la propina (con infinidad de gradaciones dinámicas por debajo del piano) "En la iglesia", la última de las piezas del Álbum de la juventud de Chaikovsky.

Coelho hizo de la segunda parte una exhibición de la calidad de todas las secciones de la orquesta. Aquí se puedieron lucir de manera espléndidas los solistas de saxofón, oboe, corno inglés, tuba, trompeta... La sección de metales sonó con brillo y empaste contundente (especialmente en Catacumbas) y las cuerdas supieron alternar los sonidos más oscuros y densos de Bydlo con los más chispeantes y ligeros de Tullerías. El maestro se hizo uno con la orquesta y la manejó a su gusto con precisión y riqueza de matices, con acentos contundentes en Baba Yaga, sí, pero también con la sutileza y la atención al color de El mercado de Limoges, firmando así una de las más apasionantes versiones que hemos escuchado en directo de estos Cuadros de una exposición.

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