Emilio Caracafé | Crítica

Agitado, no mezclado

Emilio Caracafé y su grupo ayer en el Teatro Central.

Emilio Caracafé y su grupo ayer en el Teatro Central.

Caracafé no es Julio Iglesias. Por eso no necesita los arreglos convencionales de teclados y bajo eléctrico de la música ligera de los años setenta del siglo XX. No necesita las proyecciones, que no aportan sino que despistan. No necesita el efecto especial del humo que surge de la nada desde detrás del escenario. Aunque sonó en dos ocasiones una alarma, el teatro no estaba ardiendo. Al menos literalmente. Caracafé es un artista único. Muy necesario, por otra parte. Lo suyo va más allá de la singularidad, que la tiene a espuertas, naturalmente. Su sonanta está al margen de la guitarra jonda contemporánea. No ha sabido de revoluciones armónicas. Aunque, desde luego, su concepto del ritmo no podría haber surgido en otro momento de la historia del flamenco. Lo mejor del espectáculo, una de las mejores cosas del flamenco contemporáneo, fue su Soleá sola, como figuraba en el programa de mano. Con la melodía "a cuerda pelá", con un pulgar poderoso, muy rítmico, y unos rasgueos arrolladores. También los tarantos, aunque, siendo rigurosos, tampoco necesitaba la banda de tambores. Lo otro, siendo interesante, fueron otros conciertos. La música ligera, en la medida en que pueda serlo la que interpreta este tocaor, por Quintero-León y Quiroga o Camarón. Y luego el toque para el cante, con más espacio para su lucimiento en tangos y fandangos y ejerciendo como acompañante en soleá y bulerías. Y, un cuarto concierto, el mano a mano por seguiriyas con Pastora Galván, especialmente en ese vibrante final con el guitarrista en pie.

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