"Escribir sobre alguien que existió genera muchos dilemas morales"

Mario Cuenca sandoval. Escritor

El autor aborda la figura de Messiaen en 'El don de la fiebre'

"Una persona real tiene más derechos que un simple personaje: merece una memoria digna"

Mario Cuenca Sandoval (Sabadell, 1975), fotografiado en Córdoba, la ciudad en la que reside.
Mario Cuenca Sandoval (Sabadell, 1975), fotografiado en Córdoba, la ciudad en la que reside. / O. Barrionuevo
Braulio Ortiz

05 de junio 2018 - 06:00

"Él no era un músico del sufrimiento sino un músico de la luz, no estaba hecho para contar el dolor sino la alegría incorpórea de los cielos, la serenidad de las cumbres y los lagos, el misterio de las cosas perpetuas". En su nueva novela, El don de la fiebre (Seix Barral), Mario Cuenca Sandoval se acerca a la figura escurridiza y fascinante de Olivier Messiaen (Aviñón, 1908-Clichy, 1992), el Mozart francés, el niño prodigio que alimentó su leyenda, el compositor que siendo prisionero de los nazis consiguió escribir el emocionante Cuarteto para el fin de los tiempos, el místico que hablaba con Dios, el hombre frágil que no supo gestionar algunos asuntos de su vida personal. A través de la peripecia de este genio, el autor indaga en cuestiones como el vínculo de la creación con lo sublime o la existencia de los milagros. Tras textos como El ladrón de morfina o Los hemisferios, que revelaban a un novelista al que había que seguir el rastro, Cuenca Sandoval firma una obra reflexiva y poética, rigurosa y evocadora, uno de los libros más sólidos de este curso que termina.

-Messiaen es sin duda un personaje insólito: un superdotado empeñado en transcribir el sonido de los pájaros, en llevar la naturaleza al pentagrama...

-Llegué a él cuando estaba investigando para otro proyecto sobre la sinestesia [un fenómeno de la percepción en el que se asocian o entrecruzan diferentes sentidos y una persona puede oír colores o ver sonidos], y Messiaen se fue comiendo la idea de la otra novela porque era un personaje poliédrico, fascinante. Ornitólogo, místico, organista de una pequeña iglesia en París... Me interesaba además que su vida recorriera el siglo XX, aunque yo quería que ese siglo fuera más un rumor de fondo, no quería hacer un acercamiento historicista muy detallado, sino coger algunas imágenes, algunas metáforas, de ese tiempo.

-Su protagonista posee una poderosa religiosidad, es casi un iluminado, pero usted ha retratado también las sombras de su biografía, como cuando ocupa en el Conservatorio la plaza de un judío deportado o se desentiende de su primera mujer, que ha perdido la razón.

-Hasta hace poco, se tenía a Messiaen como un ser casi divino: el único defecto que se resalta de él en las biografías que consulté... ¡es que era un hombre goloso! Messiaen no era un santo, sino alguien que se construyó un relato biográfico que apuntaló en ciertos milagros, y cuando se analizan esos milagros no son tales. El primero de ellos, ese mito de que aprendiera de niño a leer música solo, sentado en un parque de Grenoble, no responde a la realidad porque tuvo sus maestros y un profesor de piano desde los siete años. Y la gran mistificación de su vida fue el estreno de su Cuarteto para el fin de los tiempos. Por supuesto que se hizo en unas condiciones muy duras, pero no tan lamentables como le gustaba recordar a él, que decía que a un instrumento le faltaban cuerdas y fue hiperbolizando esos hechos para convertirlos en un milagro. No creo que por maldad, sino por inocencia: quería que su vida fuera una hagiografía.

-Ese misticismo de Messiaen, con ese oído más afín a las señales de lo eterno que a lo terrenal, propicia que viva casi de espaldas al devenir de la Historia. Participa en la Segunda Guerra Mundial, pero su conciencia está en otro lado.

-Durante la guerra fue un ensimismado, y seguramente eso le permitió sobrevivir a esa experiencia. Messiaen tuvo un oído absoluto, un don por el que asocias un sonido a un nombre y a una altura en el pentagrama sin tener ningún tipo de referencia, y esa capacidad hizo que se mantuviera abstraído, encapsulado, componiendo mentalmente o reconstruyendo en su cabeza sus partituras preferidas. Esa virtud conecta con su pasión por la ornitología: hay que tener un oído fabuloso para ponerse debajo de un árbol y transcribir el sonido de los pájaros, que son verdaderas ametralladoras de notas.

-Ha comentado antes que el compositor inventó algunos detalles de aquella escena, pero aun así la interpretación del Cuarteto para el fin de los tiempos en ese campo de Silesia da pie a un pasaje muy emocionante de la novela.

-Lo que ocurrió tiñe la audición de la obra, es muy difícil escuchar esa pieza al margen de los sentimientos que la Historia impregnó en ella. Yo intenté retratar ese capítulo como lo que fue, una burbuja de libertad en ese largo invierno, en ese cautiverio. Le doy la razón a Messiaen en que ese concierto fue un milagro, pero también matizando eso, teniendo en cuenta que él exageró el número de asistentes o las condiciones de los instrumentos. Narro ese prodigio desde cierto materialismo, desde una visión más realista. El don de la fiebre explica fenómenos místicos desde un nivel corporal. La muerte de Messiaen, por ejemplo, se describe como algo neurológico, como el proceso de desconexión de una conciencia.

-En el libro se habla de Alemania como "el país de las tres bes: Bach, Beethoven y Brahms", se dice que Goebbels predicaba que su país era la primera potencia musical. Su libro ahonda en esa pregunta tantas veces hecha: cómo un pueblo culto pudo entregarse de esa manera a la barbarie.

-Al comienzo de la guerra, los alemanes están empeñados en mostrar a la comunidad internacional que la suya es una nación culta y piadosa con sus capturados. En los campos de prisioneros, al principio, tuvieron con los franceses y los europeos occidentales un trato distinto al que dieron a los prisioneros del Este. Luego se supo lo de los campos de exterminio... A mí me interesaba mucho ese contraste entre civilización y barbarie porque Messiaen era un admirador de la cultura y la música alemanas.

-Karajan, como cuenta en el libro, afrontó el primer escándalo de su carrera al programar una obra de Messiaen. ¿Fue el francés un músico muy controvertido?

-Como lo fueron en general otros músicos de vanguardia que apostaron por el serialismo o el serialismo integral. No es un fenómeno exclusivo de Messiaen, que sí se distingue cuando empieza a enrocarse en su propia concepción de la música, relacionada con la mística y con los pájaros. En una época en la que la armonía se ha separado de los planteamientos clásicos, él vuelve a la naturaleza como fuente de inspiración. Una rareza como Despertar de los pájaros hizo que Messiaen saliera del foco de la música contemporánea, aunque hoy sea un clásico indiscutible programado en todos sitios.

-¿Y en algún momento de la redacción sintió miedo por estar novelando la vida de uno de los mayores compositores del siglo XX?

-Me inquietó mucho eso, sí. El protagonista había sido antes una persona, y había muerto hacía relativamente poco, lo que generaba muchos dilemas morales. Los personajes no tienen más derechos que los que les concedas, pero las personas sí: tienen derecho a una memoria digna. Pero el autor debe ser riguroso con los hechos, intentar reconstruir lo que ocurrió. En Francia, en los últimos años, han aparecido libros y artículos que cuestionaban su papel durante los años del nazismo. Ya no es ese santo laico, como se retrataba antes. Varias obras apuntan que si no fue un colaboracionista al menos tuvo una actitud muy tibia con respecto a la ocupación. Esa tensión entre el respeto a la figura y a la realidad me era desconocida. Yo hasta ahora había hecho ficción, ficción pura, donde los límites morales los impone la propia estética del libro. Me ha desvelado mucho esta situación: me imaginaba a Messiaen y a Yvonne Loriod [pianista y segunda esposa del compositor] exigiéndome cuentas por lo que estaba haciendo...

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