TESTIMONIOS DEL CONFLICTO BÉLICO

La Guerra Civil, con otros ojos

  • El libro 'La cámara en el macuto' saca a luz un millar de imágenes inéditas del conflicto bélico realizadas por combatientes del bando sublevado aficionados a la fotografía      

Almuerzo al cuidado de un parapeto en el frente de Vizcaya, en una fotografía de Julio Guelbenzu. LA ESFERA

Almuerzo al cuidado de un parapeto en el frente de Vizcaya, en una fotografía de Julio Guelbenzu. LA ESFERA

En las trincheras, a cubierto del fuego de artillería, ellos proporcionaron un relato inédito sobre la Guerra Civil aupados al visor de una Leica. Poseían una mirada única, diferenciada; la del aficionado a la fotografía convertido en testigo. No se trataba de la revelación de un instante decisivo a la manera de Robert Capa, sino algo mucho más doméstico, ese momento preciso en el que uno dispara la cámara movido más por una emoción que por una intuición. Ahora, por fin, todo ese trabajo aparece reunido en el catálogo La cámara en el macuto (La Esfera de los Libros) que saca a luz más de novecientas instantáneas –muchas de ellas, inéditas- sobre el conflicto bélico.

Estos fotógrafos vienen a aportar, exactamente, otra memoria del desastre fijada en sales de plata. Todos se echaron a la guerra desde las filas sublevadas, madurando entre la metralla cuando la bomba es bomba antes de ser noticia. Sebastián Taberna, Nicolás Ardanaz, José González de Heredia, Martín Gastañazarrote, Julio Guelbenzu, Germán Raguán y Lola Baleztena fueron voluntarios carlistas que marcharon al frente con una cámara en el petate. Nunca pretendieron que sus imágenes circularan por las revistas gráficas ni que entraran en el engranaje de la propaganda oficial. En buena medida, sólo les ocupó dar testimonio de aquello que ocurría delante de sus ojos.

Nunca pretendieron la difusión de las imágenes: sólo les ocupó dar testimonio de aquello que ocurría delante de sus ojos

"Los protagonistas de este libro –combatientes convertidos en fotógrafos ocasionales- ofrecen una perspectiva nueva. Su punto de vista corresponde a alguien inmerso y que toma parte activa en el conflicto, que recoge desde su particular mundo interior aquello que considera importante. Sus medios fotográficos son mucho más limitados y, por lo general, no tiene mayores pretensiones que recoger para sí mismos o su círculo más próximo las vivencias y los acontecimientos excepcionales de los que son testigos", señalan los editores Pablo Larraz y Víctor Sierra-Sesúmaga, quienes le ponen con este hallazgo un trote nuevo a las narraciones de la Guerra Civil.

Indudablemente, esa condición de aficionados a la fotografía moduló la dirección de sus miradas. A ellos, por lo general, les interesó asomarse a lo que ocurría en la retaguardia. Abundan las escenas rutinarias –el rancho y el aseo-, los momentos de diversión –los juegos, los bailes y las bromas- y los instantes de intimidad generados por la lectura de las cartas de los seres queridos. Pero también hay imágenes de combates reales en los frentes de Madrid, Vizcaya y Aragón. "Escenas en la misma línea de fuego, asequibles únicamente a los ojos de quienes tomaban parte activa en la acción", apuntan Larraz y Sierra-Sesúmaga en La cámara en el macuto.    

Entre los de aquella escudería sobresale, por el número y la calidad de sus instantáneas, Sebastián Taberna (Pamplona, 1907-1986), quien ya al día siguiente del golpe militar tomó imágenes, con su Leica IIIA, de la concentración de voluntarios en la plaza del Castillo de la capital navarra. En agosto de 1936 estaba encajado como requeté en la tercera compañía del Regimiento de América, al mando del capitán Valentín Bulnes, en la que desarrolló labores de chófer. Esa movilidad le permitió adquirir películas y productos químicos, así como llevar consigo el material de ese laboratorio improvisado: líquidos, cubetas, lámparas, ampliadora, papel fotográfico…

A ellos les interesó el combate, pero también qué ocurría en la retaguardia: los momentos de ocio e intimidad de los soldados

Acaso el reportaje de más impacto de Sebastián Taberna es el ataque y la entrada de las tropas sublevadas en Sigüenza entre el 8 y el 16 de octubre de 1936. El fotógrafo navarro documenta los combates en las calles de la ciudad castellana y el asedio de la catedral, donde resistían los milicianos fieles a la República. Tras la rendición, él sería uno de los primeros en entrar en el templo, tomando imágenes de los graves daños que la artillería provocó en la iglesia. También plasmó con su cámara, en los días posteriores, cómo los vecinos trataban de regresar a la rutina en mitad de la catástrofe y las actividades lúdicas que ocupaban el tiempo de los soldados. 

También haría las funciones de "fotógrafo oficial" de los mandos golpistas para inmortalizar conquistas militares. Así sucedió, por ejemplo, con la visita que el general Mola hizo a Sigüenza a mediados de enero de 1937, hecho que Sebastián Taberna relató en una carta a su entonces novia, Luz Belzunce: "Tengo mucho trabajo estos días porque no se cansan de pedirme fotos casi todos los jefes; no te puedes figurar lo que les gusta a todos que se las saque en estas ocasiones que tal vez no se puedan ya repetir". Ese mismo año, ya en noviembre, se ocupó de la visita de Franco a Pamplona, para la que contó con acreditación oficial.      

"El mérito de Taberna como fotógrafo fue quizá combinar en muchas de sus imágenes la perfección técnica con unas extraordinarias cualidades para el reportaje, logrando escenas llenas de potencia y espontaneidad, pero sin concesiones al azar. Su intuición le llevaría a valerse de su Leica para captar momentos históricos que -sabía- llegarían a tener trascendencia, y también para recoger el lado más humano de la tragedia. Más allá de su cometido oficial, actuó casi siempre por libre, sin medios oficiales a los que enviar sus imágenes, ni más pretensión que la de dejar constancia de los sucesos excepcionales de los que estaba siendo testigo y, a la vez, protagonista", explican los autores del catálogo.

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