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PABLO MÁRQUEZ & SPLIT GUITAR QUARTET | CRÍTICA

Guitarras del tiempo y del espacio

Pablo Márquez y su guitarra sevillana.

Pablo Márquez y su guitarra sevillana. / Federico Mantecón

Si algo ha quedado claro en el desarrollo de la guitarra en el siglo XX es la enorme capacidad de adaptación del instrumento a los más diversos estilos musicales y la amplitud de sus recursos sonoros, de su gama cromática, de sus efectos auditivos.

Prueba de ello es el concierto que aquí nos trae, concierto doble como suele ser habitual en este Festival de la Guitarra de Sevilla, con dos diferentes maneras de aproximarse a la guitarra y su universo sonoro.

El argentino Pablo Márquez abrió su participación con dos piezas de Luis de Milán. Compuestas originalmente para la vihuela de mano, su tránsito a la guitarra obligó a tergiversar buena parte de su esencia, pues Márquez insertó en su versión alternancias dinámicas, alteraciones de la duración de las notas y portamentos totalmente ajenos al estilo renacentista. Con todo, fueron versiones muy limpias, transparentes, de digitación ágil y precisa. Cuestión ésta, la de la digitación, que tomó protagonismo en el Preludio, variaciones y fuga sobre ‘La Folía’ de Manuel Ponce. Aquí Márquez desplegó un variado menú de efectos técnicos, como espléndidos trémolos, delicados armónicos o la variedad de colores mediante la pulsación en diversas partes de las cuerdas, desde el puente hasta el diapasón.

El Cuarteto de Guitarras de Split se presentó con obras balcánicas actuales, amén de unas muy lucidas danzas brasileñas. Aquí quedó muy evidente desde el inicio mismo que estamos ante un grupo de enorme grado de conjunción sustentada sobre la calidad individual y sobre la flexibilidad en ritmos y en fraseo. Disponer de cuatro guitarristas permitió, como en Soundtracks de Gordan Tudor, jugar con la diversidad de colores. El virtuosismo grupal emergió en la Toccata de Vlado Sunko, pieza rica en alternancias de síncopas, mientras que la precisión milimétrica de los ataques del cuarteto dio sentido a Summer de Ivan Bozicevic, con sus perfiles repetitivos y sus leves juegos de phasing.

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