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Cultura

De la Historia como bella arte

  • Dos valiosos libros publicados simultáneamente por Renacimiento y Espuela de Plata rescatan las claras figuras de Theodor Mommsen y su discípulo Adolf Schulten.

Figuras de la historia de Roma. Theodor Mommsen. Trad. Alejo García. Prólogo Francisco Socas. Espuela de Plata. Sevilla, 2013. 192 páginas. 16 euros.

Sertorio. Adolf Schulten. Trad. Miguel Carreras. Prólogo F. Socas. Renacimiento. Sevilla, 2013. 368 páginas. 22 euros.

Ambos fueron grandes historiadores de formación filológica, como era usual hasta hace no tanto entre los estudiosos de la Antigüedad. Ambos forman parte de la benemérita tradición de los clasicistas germánicos, que tuvo en el siglo XIX su edad de oro y cuyos trabajos han iluminado a generaciones de investigadores, alumnos o meros aficionados. Ambos publicaron monografías o panoramas de conjunto que trascendieron el ámbito académico para llegar a decenas de miles de lectores no universitarios. Muy conocido entre nosotros por sus inquisiciones sobre la Hispania romana o la búsqueda fallida pero no infructuosa de la legendaria ciudad de Tartessos -plasmada en un libro tempranamente traducido por un joven discípulo de Ortega, Manuel García Morente-, Adolf Schulten tuvo por maestro a Theodor Mommsen, el gran autor de una celebérrima Historia de Roma por la que ganaría en 1902 el premio Nobel de Literatura. Esa maravillosa Historia la hemos podido leer muchos en los cuatro tomitos de Turner que recogían la traducción de Alejo García Moreno y han rodado por los puestos de los libreros de lance como diamantes entre baratijas, ofrecidas a los curiosos por el precio casi irrisorio que cuesta cualquier noveleja de las que nacen ya muertas.

Dos libros publicados por Renacimiento y Espuela de Plata han recuperado sendos títulos de Mommsen y Schulten, las Figuras de la Historia de Roma del primero -formada por fragmentos escogidos de la citada obra maestra, conforme a la traducción de García Moreno (Atlas, 1944)- y el Sertorio del segundo, que reproduce la traducción de Miguel Carreras (Bosch, 1949), quien daba cuenta de su trabajo con anticuada pero deliciosa retórica: "Al pie de un olivo milenario, en un alto de nuestro cotidiano paseo, en el tibio atardecer de la latina campiña tarraconense, expresé al Dr. Schulten mi intención de traducir su libro. Sus ojos, que jamás se cansaron de mirar con amor las cosas de España, brillaron de alegría". Ambos han sido prologados por Francisco Socas, un reputado latinista de la Hispalense, ya jubilado de la Universidad pero no del trabajo gustoso, como lo llamaba el poeta de Moguer, que tiene la virtud de aunar en sus ensayos el rigor y la amenidad, como ha demostrado en los impecables prefacios a sus ediciones de los autores clásicos o de los humanistas del Renacimiento. Con buen criterio, la edición de las Figuras ha mantenido la sucinta pero atinada Nota preliminar de "Emilio L. Oto" que figuraba en la primera edición. La de Sertorio, por su parte, añade un apéndice de Mateu y Llopis sobre los hallazgos de la numismática de época sertoriana.

Las Figuras de Mommsen, por cierto, incluyen una semblanza del bravo caudillo romano, entre otras dedicadas a Aníbal, Filipo, los Gracos, Pompeyo, César o Cicerón, hacia quien el sabio alemán, devoto del tirano que inauguró la dinastía julio-claudia, muestra una inquina desmesurada. Antiguo protegido de Mario, Quinto Sertorio es un personaje fundamental -un César antes de César, sólo que al contrario que este no llegó a alcanzar la máxima magistratura- en el camino que condujo de la República al Imperio, con especial interés para quienes habitamos la vieja península que los latinos llamaron Hispania, pues su rebelión contra Roma se apoyó en celtiberos y lusitanos, aunque parece claro -pese a la comparación habitual con Viriato, este sí nativo y movido por una voluntad liberadora- que su cercanía a los primitivos españoles, por otro lado muy estrecha, fue también de conveniencia.

Con su peaje al positivismo, ambos libros remiten a una escuela de raíz romántica o tardorromántica, aunque definitivamente emancipada de la leyenda, cultivada por un linaje de 'modernos' historiadores -al que podría adscribirse, en calidad de precursor, el gran Edward Gibbon, cuya formidable Decadencia y caída ha sido recientemente recuperada por Atalanta en su extensión original- que tomaban de los antiguos no sólo los datos, sino también el estilo, y que por ello, del mismo modo que sus remotos predecesores, pueden seguir siendo leídos con placer y provecho pese a que la información que transmiten es a veces errónea, no carece de prejuicios ideológicos o está en buena medida superada. Es difícil igualar, sin embargo, el perdurable encanto de unas narraciones -porque se trata de historias 'contadas'- que nos retrotraen al tiempo demorado y sin duda más dichoso de las aulas perdidas.

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