Historia viva del flamenco
'Acariciando el aire', el documental de Paco Ortiz sobre la bailaora Matilde Coral, llega el viernes a las salas de cine tras su estreno en la Bienal.
"Arte, comunión y sacramento" son las palabras que Matilde Coral elige para explicar lo que el baile ha significado en su vida, pues más allá de ser un modo de trabajo y de expresión, para esta reconocida bailaora el flamenco ha sido siempre una religión bajo la cual supo guiar sus pasos desde los primeros taconeos en tablaos de Triana, hasta la conquista de grandes teatros de medio mundo, donde el público caía rendido ante sus elegantes movimientos de manos y el enérgico voleteo de su mantón. Ahora, a sus 81 años, aquejada por temblores y achaques propios de la edad, pero llena de vitalidad y fortaleza, vuelca sus recuerdos en Acariciando el aire, un documental de Paco Ortiz, bajo el sello de Sarao Films y Dos de Catorce Producciones, que se enmarca dentro de la programación de la Bienal y que tuvo su estreno en la tarde de ayer en el Teatro Alameda.
Cuenta Ortiz que a Coral la conoció en el rodaje de su anterior trabajo, 13. Miguel Poveda, un documental sobre el cantaor catalán. "Fue la expresividad y la gracia con la que describió durante la entrevista a Poveda la que me hizo darme cuenta de que ella también merecía un documental", explica el director, quien además defiende que "no hace falta que pasen 10 años de la muerte de una persona" para rendirle un homenaje cinematográfico, sino que "hay que aprovechar los testimonios vivos que guardan estas figuras". En este sentido, durante la presentación del filme, Coral quiso dedicar unas palabras a su compañero y amigo, recientemente fallecido, Juan Peña El Lebrijano, quien también "hubiese merecido tener un documental en vida". Y no es casual que se acordase justamente del Lebrijano en el día de ayer, pues, entre otras grandes personalidades del flamenco, él fue uno de los participantes de Acariciando el aire, que con sus testimonios han ayudado a crear este retrato y homenaje a la figura de Matilde Coral.
Cristina Hoyos, Carlos Saura, Iñaki Gabilondo o Farruquito son algunas de las personalidades que van apareciendo a lo largo del documental, aportando cada uno una pieza a este puzle al que se añade además una gran cantidad de imágenes de archivo que hacen viajar al espectador por toda la trayectoria vital de esta bailaora a la que se debe la conservación de la Escuela Sevillana de Baile, hecho por el que fue galardonada en 2001 con la medalla de Oro de Andalucía. Este reconocimiento se suma a una larga lista en la que destaca además ser la única dueña de la Llave de Oro al baile.
La plaza de Chapina, en 1935, fue la que vio nacer a Matilde Corrales, en el seno de una familia republicana -su padre estaba afiliado al sindicato CNT- y devota de la Virgen de la O. Sus primeros pasos fueron en El Guajiro, donde además de decidir acortarse el apellido, conoció al bailaor gitano Rafael El Negro, quien, en contra de la opinión de su familia, acabó por convertirse en su marido. "Mis padres ni siquiera vinieron a la boda, pero a mi eso me importó tres leches" afirma rotundamente en una de las escenas del documental, demostrando así todo su carácter y decisión. Tras su paso por El duende en Madrid, y habiendo aprendido de primera mano de Pastora Imperio, Coral puso rumbo a las Américas bajo las órdenes de la compañía de José Greco, con quien en un pequeño autobús cubierto por una carrocería metalizada en la que se podía leer un letrero que anunciaba a Jose Greco and his gypsies, recorrió todos los Estados Unidos y Australia. De aquellos viajes, cuenta que no sólo llevaba sus batas de cola y sus avíos para arreglarse, sino que también iba cargada con ollas y garbanzos, para ir preparando un puchero allí donde se pudiese. Pero su nostalgia trianera no se curaba con algún que otro antojo gastronómico, así que terminado el contrato -y ya embarazada de su primera hija- volvió a España para volver a instalarse en su Sevilla natal.
Después vendrían los Bolecos, el cuadro de baile que formó junto a su marido y Farruco, en el que bailaban a las poesías de Lorca, Alberti o Miguel Hernández y que le valdrían más de una noche en comisaría para dar explicaciones del uso de textos censurados por el régimen. Todavía hoy sigue emocionándose al recordar esos días y asegura que el grupo era "toda una joya", tal y como quedó demostrado en 1970 cuando recibieron el Premio Nacional de Baile de la Cátedra de Flamencología de Jerez. Pero si hay algo por lo que Coral pasará indudablemente a la historia es por su labor de conservación del estilo de baile sevillano que lleva haciendo desde que en 1967 abriese la escuela que lleva su nombre y que ha imprimido un sello único y reconocible a todas las generaciones de bailaores que han pasado por allí.
"El baile es lo más grande que he tenido en mi vida y todo lo que he hecho en esta vida ha sido por devoción", cerraba así de agradecida ayer la rueda de prensa de la presentación de este documental que podrá verse los días 17,18 y 21 en el Cine Avenida, 16,17 y 18 en Cinesur Nervión Plaza, así como en algunas salas de Madrid y de los Barrios, en Cádiz. Por su parte, Coral participará mañana a las 12:30 en el Centro de Documentación de las Artes Escénicas en un diálogo sobre la estética en el baile junto a la antropóloga Cristina Cruces.
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