Infortunios de la virtud
Crítica de Teatro
EL PRÍNCIPE
Autor adaptado: Nicolás Maquiavelo. Productor: Bernabé Rico. Director: Juan Carlos Rubio. Espacio escénico: Eduardo Moreno. Iluminación: José Manuel Guerra. Intérprete: Fernando Cayo. Lugar: Teatro Lope de Vega. Fecha: Miércoles 23 de septiembre. Aforo: Media entrada.
El principal obstáculo de esta obra virtuosa (y en la etimología de esta palabra yace como se sabe una de las claves de la reflexión maquiavélica) resulta una consecuencia lógica de su planteamiento literario y su brillante ejecución monologante: Fernando Cayo, solo ante el peligro, se parapeta detrás de una gimnasia (ir y venir constante, acopio igualmente ininterrumpido de muletas y atrezzo) que le sirve más a él que al espectador. Es decir, como suele ocurrir en obras tan exigentes como ésta, el actor parece estar sobre todo excitando la mnemotecnia -recordando el texto antes que viviéndolo-, y desde la butaca a veces se asiste a algo parecido a una conferencia dramatizada que formase, entretuviese y a la larga dejase frío.
Esta impresión de conjunto no le quita méritos a la versión que Rubio y Cayo han preparado a partir de fragmentos de varias obras de Maquiavelo, pero, digamos, la sobreprotege demasiado con la respetable y consabida vigencia del legado del pensador. Curiosamente, cuando la obra se centra más en representar la propia suerte de Maquiavelo y hace que los reproches rompan su ambiguo recetario político, es cuando más se eleva. También coincide esta polisémica postrimería con el mejor momento dramatúrgico y escénico, cuando la obra deja de ser anacrónica e intemporal y se tiñe de otra cosa, de potencial abstracto. Es entonces que este Maquiavelo moderno recuerda a esos misántropos obsesivos, a esos lunáticos encerrados, con los que Bernhard pobló su escena: a la vez víctima y verdugo, poderoso y habitante arrinconado.
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