Crítica de Música

Intenso recital de apertura

concierto inaugural

V Festival Internacional de Música de Cámara Joaquín Turina. Programa y solistas: 'Variaciones clásicas' Op.72 de Turina y Sonata para violín de Ravel (Nicolas Dautricourt, violín; Aleksandar Madzar, piano); Fantasía para piano a 4 manos D940 de Schubert (Bengt Forsberg y Benedicte Palko, piano); Trío Op.114 de Brahms (José Luis Estellés, clarinette; Gary Hoffman, violonchelo; B. Palko, piano). Lugar: Casa Salinas. Fecha: Jueves 10 de septiembre. Aforo: Casi lleno.

El Festival Turina ha hecho tradición de su inauguración oficial en uno de los patios de la Casa Salinas, un espacio de muy buena acústica, sobre todo cuando se aprovecha de la forma en que lo hicieron seis músicos formidables.

Dautricourt había demostrado ya el día antes la potencia de su violín, la variedad de sus recursos técnicos, la belleza de su sonido carnoso y con relieve, la musicalidad de su fraseo, y esta vez, acompañado por un soberbio Aleksandar Madzar, brindó dos obras diferentes con talante muy distinto: concentradísimas en su lirismo, casi circunspectas, las Variaciones clásicas de Turina, con más énfasis en la frase que en el ritmo o en el color; desenfadada, ágil y colorista la Sonata de Ravel, con ese segundo movimiento jazzístico convertido en una libérrima fiesta de síncopas, acentos y ataques variadísimos. Por supuesto que en todo tuvo mucho que ver el pianismo limpísimo, ágil y sensual de su compañero serbio.

Antes del Ravel, Bengt Forsberg y Benedicte Palko habían brindado una versión de la Fantasía de Schubert de extraordinaria intensidad, apasionada, tensa y muy contrastada (admirables las transiciones, en especial la de la fuga del último movimiento a la vuelta del tema del inicio, dicho con una dulzura infinita), una versión emocionante, pese a cierta pérdida de la fluidez en el Trío del Scherzo.

Esa maravillosa esencialidad otoñal del Brahms tardío emergió del Trío Op.114 merced a una interpretación melancólica, profunda (bellísimo el registro grave de Hoffman), de una sobriedad estilizada y por momentos frágil (el clarinete de Estellés casi diluido en el silencio en las dinámicas más leves del primer movimiento), un muy apreciable equilibrio y un fraseo de extrema delicadeza.

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