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Crítica de Flamenco

Mujeres repletas de luz

Feliz unión la de la bailaora Rafaela Carrasco y el dramaturgo Álvaro Tato en este poético Nacida sombra con que la sevillana retoma su camino, tras el paréntesis de su dirección en el Ballet Flamenco de Andalucía.

Tato le propuso dar carne y baile a cuatro grandes mujeres, tres escritoras y una acriz del Siglo de Oro, que, como otras muchas mujeres de la historia, fueron silenciadas en la celda de un convento. La idea y los textos elaborados por Tato inspiraron a la coreógrafa que, generosamenente, llamó a tres magníficas intérpretes para sacarlas a la luz.

Así, con cuatro extraordinarias solistas espoleadas por la creatividad de las desaparecidas, y con un rico y esmerado trabajo musical, que alterna la música en directo con pasajes grabados y llenos de guiños al contexto de cada una de ellas, Rafaela Carrasco ha logrado una pieza intimista y realmente exquisita.

En un interior maravillosamente iluminado por Montesinos, el planteamiento escénico es lineal y muy sencillo -casi naif-, con un baúl que va de un lado para otro, cuatro músicos -también extraordinarios- que entran y salen de la oscuridad y unos textos -unas cartas imaginarias que recoge de forma visionaria Teresa de Ávila, fallecida muchos años antes que las demás- que en la voz de Portillo introducen o acompañan cada coreografía. Escenas de conjunto, con músicas grabadas dan paso a los solos de cada una de las intérpretes.

O'Ryan demuestra una técnica admirable y una asertividad en su baile que casa a la perfección con la reivindicativa María de Zayas mientras que la veterana Carmen Angulo, con sus grandes dotes de bailarina, se lució -como todas, en verdad- en la jotilla y los aires folclóricos de sabor americano y, en los paños de la genial mexicana Sor Juana Inés de la Cruz, nos dejó una guajira (con una pluma en lugar del abanico) realmente deliciosa. Y de igual modo, la jovencita Comitre brilló, sabia y sensual, como debió brillar María Calderón ante los mosqueteros del Corral de la Cruz donde actuaba.

Con Teresa de Ávila, Carrasco vuelve a encontrarse a sí misma con un baile -del taranto a las cantiñas y a la soleá- pausado y maduro que prima la expresión a la velocidad y en el que siguen destacando sus sevillanos brazos y sus hermosas manos.

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