Neandertales y otros parientes

El hombre de Neandertal | Crítica

Publicada en 2015, Alianza reeditó recientemente esta obra del último Nobel de Medicina, Svante Pääbo, cuando se le concedió el Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica de 2018

Imagen del biólogo sueco Svante Pääbo, último Premio Nobel de Medicina
Imagen del biólogo sueco Svante Pääbo, último Premio Nobel de Medicina
Manuel Gregorio González

16 de octubre 2022 - 06:00

La ficha

El hombre de Neandertal. Svante Pääbo. Trad. Federico Zaragoza. Alianza. Madrid, 2018. 376 págs. 26,50 €

El hombre de Neandertal se publicó originalmente en 2015. En 2018, sin embargo, tendría su primera reimpresión, ya que su autor, el médico sueco Svante Pääbo, había obtenido el Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica, a cuenta de sus indagaciones sobre el genoma de nuestra parentela ancestral. Ahora su autor acaba de recibir el Nobel de Medicina, de modo que es previsible que la obra Pääblo cuente con nuevas reimpresiones y acaso con alguna novedad digna de mérito. Por otra parte, es lógico advertir que El hombre de Neandertal exigirá del lector cierta atención al lenguaje científico. No obstante lo dicho, y sorteado este leve y marginal escollo, El hombre de Neandertal puede leerse como lo que es: una absorbente obra de misterio.

Quizá la cuestión más importante de la historia humana, yace escondida en los genomas antiguos

¿Y qué misterio es este que quiere desentrañarse en las presentes páginas? Dejemos que sea el propio autor quien se pregunte “por qué, de todos los primates, los humanos modernos se expandieron por todos los rincones del mundo y remodelaron el entorno a escala global, tanto de forma intencionada como de forma involuntaria”. “Estoy convencido -continúa Pääbo- de que algunos aspectos de las respuestas a esta pregunta, quizá la cuestión más importante de la historia humana, yacen escondidos en los genomas antiguos que hemos secuenciado”. El contenido del presente libro es un relato pormenorizado de tal hallazgo: la secuencia del genoma neandertal. Un hallazgo que concierne a numerosos aspectos técnicos y disciplinas científicas, desde la arqueología tradicional a la genética avanzada; pero también un relato que incluye, de modo principal, los considerandos históricos y sociales en que dicha investigación se incardina. Con esto quiere decirse que la investigación de Pääbo hubo de combatir la creencia, luego desechada, de que era posible extraer del ámbar el ADN de viejas especies antediluvianas, como se fabulaba con éxito en Jurasic Park. A lo cual pueden añadirse otras cuestiones como la política científica de las revistas de prestigio o un serio imponderable alemán, -el uso espurio de la antropolgía durante el periodo nazi- cuando se le ofrezca dirigir una nueva extensión del Max Planck en la antigua Alemania del Este.

El genoma del Neandertal se muestra aquí en su doble naturaleza de fruto histórico e hito científico, cuyo completo discurrir, desde sus pasos iniciales, vamos conociendo a través de una sucesión de obstáculos, de azares y descubrimientos, que dejan claros dos aspectos de la investigación científica: su naturaleza coral y su estrecha competencia. A ello se suma otra faceta deslumbrante: la pluralidad de sus usos en direcciones, a veces, impensadas. Los sucesivos hallazgos sobre el ADN que aquí se relatan, y que van desde el ADN de las momias al de apacibles bestias extinguidas, incluyen implicaciones en la medicina forense, determinantes para la investigación policial, como excarcelar inocentes o atrapar culpables, así como conclusiones de carácter histórico. ¿Se parece la carga genética de los egipcios actuales a la de los egipcios momificados? De la respuesta a esta pregunta se podría inferir la existencia o no de invasiones o hechos dramáticos que alteraran perdurablemente la población del país. Asunto que resulta extensible, a una escala más vasta y de mayor antigüedad, a la población europea y su similitud genética con el Neandertal, puesto que ello implicaría saber si neandertales y hombres convivieron, y si la especie humana nació en África, desde un único foco, como sospecha Pääbo, siguiendo la hipótesis “fuera-de-África” de Allan Wilson, o tuvo su origen en distintos lugares, de modo independiente.

Se trata, en cualquier caso, de hipótesis e indagaciones que afectan al propio concepto de lo humano, donde lo que se pretende, en cierta forma, es decantar lo específico de la humanidad mediante un gigantesco rodeo. Un rodeo que implica el conocimiento de los parientes más próximos de nuestra especie, y cuya singularidad -la de ellos y por reflejo, la nuestra- dibuja una pista genética, un rastro cierto de quiénes y por qué somos lo que somos. La impresionante sobriedad con la que trabaja el científico, y la suntuosa porción de datos y especulaciones que aflora de ella, es otro de los hechos de interés que atesoran estas páginas.

Lejos, en la oscuridad

Un pequeño hueso, obtenido de una cueva rusa, permite adivinar una forma de lo humano, acaso de un millón de años de antigüedad. Es el hueso de un meñique, un meñique infantil, inusualmente minúsculo. Cuando Pääbo recibe noticia de la singularidad de este hueso, ocurre un hecho de la imaginación donde el arte y la ciencia se hacen indiscernibles: “Pasé la mañana caminando a lo largo de la playa ventosa de debajo de Cold Spring Harbour y pensando en esa persona joven que había muerto lejos en una cueva de Siberia hacía muchos miles de años”. Pääbo repite, pues, esa obra de la fantasía que va del dato cierto y escueto a un cuadro general donde esos datos cobran vida. Sin ese interés por hechos y personas desconocidas, esta logro historiográfico no puede concebirse. No en vano, al comienzo del libro, el autor recuerda su predilección adolescente por la egiptología, que luego aplicaría a la ciencia de distinto modo. En todo ello se trasluce una idea de revitalización, de locuacidad remota. De ella extraerá Svante Pääbo unos seres venidos de la oscuridad, surgidos de una antigüedad compacta y, sin embargo, diáfana.

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