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Orquesta Barroca de Sevilla | Crítica

Un encuentro de futuro

Leonor Bonilla con la OBS en el Maestranza

Leonor Bonilla con la OBS en el Maestranza / Juan Carlos Muñoz

Bien está la implicación de las Cofradías y Hermandades sevillanas en un terreno que no les es exactamente propio, pero en el que pueden aportar, además de mecenazgo, una forma de entender la cultura que sirva de modelo para un público que en buena parte es ajeno a estas manifestaciones (y bien que se notó). Así que este encuentro con uno de los activos musicales más importantes de la ciudad (la OBS) y la más relevante voz que, en el ámbito lírico, ha dado Sevilla en las últimas décadas (la soprano Leonor Bonilla) debería servir no sólo para guardar como emotivo recuerdo navideño, sino también como un estímulo para el futuro. Como bien dijo Ventura Rico en su brevísimo alegato, toda tradición nace un día.

Se trataba de un espectáculo ajeno a la programación propia del Maestranza, y ahí se notó la bisoñez de una entidad no acostumbrada a estas lides. La ausencia de programa de mano no puede seguir justificándose ya por la pandemia, pero más grave es que no se aprovechara el sistema de sobretitulado del teatro en un concierto como este que supuso seguramente el primer encuentro de mucha gente con este tipo de repertorio. Anduvo algo lenta también aquí la siempre activa y benemérita Asociación de Amigos de la OBS.

Pasando ya al terreno puramente musical, lo más llamativo resultó acaso que la Barroca mostró un sonido más brillante que otras veces, también menos punzante y agresivo, más suave. Quizás influyó en ello la ausencia del telón ignífugo que suele tener detrás en sus comparecencias maestrantes, pero también el uso de un diapasón más alto del acostumbrado (la: 440 Hz; el de los conjuntos con instrumentos modernos).

Pese a presentarse en formación amplia (hasta dieciséis instrumentistas de cuerda, un fagot incluido en el continuo), el grupo volvió a lucir el fraseo y el empaste acostumbrados en un Concerto grosso de Haendel de apertura con las revoluciones un tanto bajas, sin arrebatos, pero con la claridad articulatoria y la profundidad que precisa la música (especialmente destacado el movimiento fugado). El fervor subió un punto en el famoso Concierto para oboe de Marcello, del que hizo una plausible recreación Jacobo Díaz, y halló el equilibrio perfecto en un Corelli de generoso y bien contrastado sonido orquestal y acariciantes tiempos lentos.

Leonor Bonilla usó sus recursos belcantistas de mejor ley en un Haendel que supo ser sobrio cuando tocaba ("How beautiful") y encendido cuando la ocasión lo requería, como en el "Piangerò" de Giulio Cesare (con ornamentaciones del da capo poco ortodoxas, pero originales) o en el "Rejoice", de agudos por completo diamantinos y expresión franca. Timbre hermoso, fraseo musical y elegante, proyección extraordinaria, registro igual y un vibrato controlado y bien regulado fueron las bazas de la soprano sevillana, que además supo dar el tono afectuoso que requirieron los fragmentos religiosos de Vivaldi y Mozart que cantó en la primera parte. Ahí su expresión se hizo también sobria, bien apoyada en Vivaldi en el oboe obbligato de Díaz, y mostró un bellísimo registro grave y una messa di voce deliciosa en el Amén del salmo mozartiano. Acaso un punto más comprometido resultaron sus graves en "I know that my redeemer liveth" con esa recurrencia continua al mi grave que le exige el aria, aunque la salvó con solvencia sobrada. En Mozart, que dirigió Valentín Sánchez, la Asociación Musical Códice contribuyó con una interpretación cuidadísima, muy fina y relajada, al éxito de la noche.

Al final hubo villancicos y hasta el público se animó a la oferta de entonar el Adeste fideles con apreciable fortuna. De esperar que sea sólo el primero de más encuentros de este tipo.

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