ALFONSO PADILLA & JUAN ESCALERA | CRÍTICA

De lo popular a lo culto en un saxo

Juan Escalera y Alfonso Padilla.

Juan Escalera y Alfonso Padilla. / Federico Mantecón

El 24 de mayo de 1938 se inauguró en Düsseldorf una exposición titulada Entartete Musik, es decir, Música Degenerada. Su cartel anunciador ya lo decía todo: un hombre negro, con cara de mono, la estrella de David en la solapa y tocando un saxofón. Racismo, antijudaismo, anti-jazz, anti-vanguardia, todo en uno. Viene esto a colación de la Hot Sonate de Erwin Schulhoff que abrió el programa de este excelente concierto. Por judío, comunista y compositor de vanguardia seducido por los ritmos atávicos del jazz, Schulhoff tenía todas las papeletas para morir como murió: en un campo de concentración alemán en 1942. Es, por cierto, autor de una excepcional ópera sobre don Juan Tenorio titulada Flammen, estrenada en 1932 y que bien merecería ser estrenada en España en el Maestranza. La sonata de Schulhoff exhibe toda la seducción que el jazz ejerció sobre los músicos europeos en los años veinte y treinta, especialmente en Viena y Berlín. Escalera y Padilla dieron de ella una brillante versión atenta a los cambios de ritmos, a las síncopas (reminiscencias del ragtime en el tercer tiempo) y las rápidas escalas. Padilla puso su amplio fiato al servicio de largas frases encadenadas con saltos interválicos limpios en mitad de ellas, con buenos glissandi, acentuación incisiva y sobrada agilidad. Escalera,  aunque en discreto segundo plano, prestó un acompañamiento perfecto con un uso muy depurado del pedal.

Un aire también a los cabarets parisinos de los años cincuenta flotaba sobre la sonata homenaje a Poulenc de Klaveren, con la que Padilla se explayó a la perfección en los largos arabescos (Allegro), en una bella linea de canto (Interlude) y en las rápidas figuraciones (Rondeau). Se estrenaba una composición especialmente escrita para los intérpretes de Israel Sánchez López, una obra muy interesante que hace de la inquietud sonora y de la ductilidad del sonido la esencia de su mensaje, haciendo (sobre todo en el Muy lento inicial) del silencio un personaje más del discurso. Padilla moduló el sonido al detalle, con matices dinámicos innumerables, como el largo e impresionante diminuendo con el que acaba Gradual. Recursos propios del saxo como los slaps y las escalas vertiginosas cerraron con maestría el Declamante final.

Las grandes exigencias técnicas de la primera sección de la sonata de Albright no supusieron problema alguno para Escalera y Padilla, quienes firmaron una versión íntima y sumamenteb lírica de La Follia nuova, con un acuciante ostinato en la mano izquierda del piano y una melodía larga y serpenteante en el saxo, hasta derivar en los incisivos acentos danzables del último tiempo.

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