Pintar para pintar por pintar

Una muestra da cuenta de la fecunda capacidad de Claudio Díaz para alimentarse de su propia pintura y de su mayor interés por ésta que por la realidad de la que nace

Obra sin título incluida en la exposición que acoge la Casa de la Provincia en Sevilla.
Obra sin título incluida en la exposición que acoge la Casa de la Provincia en Sevilla.
José Yñiguez

27 de diciembre 2010 - 05:00

Apenas un mes después de la exposición en el Museo de Alcalá de Guadaíra donde se repasaba la trayectoria de Claudio Díaz desde 1968, se exhiben ahora cuadros más recientes atendiendo a los géneros predilectos del pintor. En realidad, no hay diferencias esenciales entre ambas exposiciones, las intenciones son muy parecidas y algunos paisajes de los 90 en esta última exposición pueden servir para darnos la idea de continuidad de su obra desde que abandonara la poética cercana a Estampa Popular a finales de los 60. Entonces eran tiempos de contestación crítica que se articulaba con un programa de denuncia instrumentalizado a base de retratos de gente humilde y sus precarias condiciones de vida. Claudio Díaz pronto pasó de retratar esas gentes anónimas a centrase en su entorno cotidiano y familiar. Así, se perdió la carga ideológica que informaba esos retratos y las aristas punzantes marcadas por el blanco y negro de la obra gráfica, necesarias para la mayor eficacia de la denuncia social, para dulcificar las figuras en sus retratos de familia y de seres cercanos y, sobre todo, se empezó a ganar la batalla del color en los bodegones de objetos cotidianos y recurrentes. Cereo que este cambio es el responsable de la dificultad de situar su obra dentro de algún grupo o corriente concreta. No pertenece a lo que se ha dado en llamar realismo crítico derivado de Estampa Popular y tampoco tiene fácil encaje en el realismo íntimo sevillano de Carmen Laffón, Teresa Duclós o Joaquín Sáenz. Su estancia en Madrid de más de diez años, hasta mediados de los 80, tampoco facilita las cosas a la hora de encuadrar su obra, que queda un poco aislada, como ocurrirá también con pintores de una generación posterior como Félix de Cárdenas o Paco Reina.

Desde esos ya lejanos años 70 en Madrid, la pintura de Claudio ha mostrado una capacidad de alimentarse de su propia pintura muy fecunda. Siempre centrada en el bodegón y en el paisaje, muestra también una capacidad de concentración en el objeto que la hace fácilmente identificable y a la vez la distingue de otros realismos. Si los paisajes se caracterizan por los grandes espacios abiertos con casi total ausencia de accidentes significativos y pintorescos donde la trasparencia del aire -la línea del horizonte suele estar muy baja- ofrece un atractivo juego y gradaciones sutiles de colores, no importa si se trata de amplias vista campestres o del inmenso mar, es en los bodegones donde su estilo se significa de manera decisiva. La consistencia del objeto, todos provenientes del ámbito cotidiano, dialogará con las atmósferas sutiles que lo acogen. Se ha hablado de Morandi y hasta de Cristino de Vera para aludir a las composiciones recurrentes y ensimismadas de Claudio Díaz, pero estas referencias son más bien tangenciales y aunque se pueda hablar de honesta sencillez y de cierto misticismo esencial en sus bodegones, su obra es muy personal y se entiende mejor desde sí misma y desde la voluntad inquebrantable del pintor de seguir fecundándola desde sus propios principios básicos: el objeto y su interacción con el espacio donde se sitúa. Algo que se puede comprobar ampliamente en esta exposición. A veces aparece un motivo novedoso, como el detalle del tronco de una palmera y parece que algo cambia, pero un análisis mas detallado nos devuelve a la misma poética. En esta serie comprobamos que a Claudio Díaz le interesa más la pintura que la realidad de la que nace. Las distintas versiones de la palmera con fondos de distintos colores remiten más al ejercicio de la pintura y sus posibilidades expresivas como lenguaje autónomo que a la servir de mero testigo de la realidad exterior. Si se confirma que la realidad es una excusa para pintar, tampoco hay que dejar de señalar que esta excusa es importante, sobre todo porque los cuadros suponen una nueva realidad que consiste básicamente en la negación de la realidad temporal para situar al objeto en un lugar nuevo; un lugar con voluntad eterna de permanencia.

Una serie de cuadros dispersos en esta exposición puede darnos la clave de esta intención de negar el tiempo de la realidad y de la retroalimentación de la pintura de Claudio Díaz gracias a sus propios cuadros. La estrategia no puede ser más sencilla: consiste en disponer como fondo del nuevo bodegón un cuadro anterior. La sorpresa inicial de ver cómo un objeto parece que ha salido del cuadro del fondo para situarse en un primer plano intimidatorio o por lo menos interrogativo, se resuelve en un ejercicio donde la pintura dialoga con la pintura como tradición aunque esa tradición sea la del mismo pintor. Así, se hace evidente algo que ya se sospechaba de la actividad de Claudio Díaz como pintor, que pinta para poder seguir pintando.

Claudio Díaz. Casa de la Provincia (Plaza del Triunfo), Sevilla. Hasta el 16 de enero.

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