ORQUESTA DEL MOZARTEUM DE SALZBURGO | CRÍTICA

Entre el Clasicismo y el Romanticismo

Pires y Pinnock por primera vez juntos en Sevilla.

Pires y Pinnock por primera vez juntos en Sevilla. / Guillermo Mendo

Dada la estricta dieta de ayuno permanente de cualquier otra orquesta que no sean las locales (incluidas las andaluzas: ha sido más fácil escuchar a esta orquesta austriaca que a las vecinas de Córdoba, Granada, Málaga o Almería), la visita de la orquesta del prestigioso Mozarteum de Salzburgo, con un histórico como Trevor Pinnock y una leyenda viva como María João Pires ha sido un auténtico acontecimiento que, por fin, ha con seguido llenar el Teatro de la Maestranza.

Pinnock es un clásico del historicismo que no desdeña ponerse al frente de orquestas de instrumentos modernos, a las que imprime usos y gestos derivados de la praxis históricamenmte informada, pero amalgamados con la sonoridad y la articulación de las orquestas modernas. Así, la obertura Coriolano arrancó con una serie de acordes secos seguidos de silencios acuciantes, para continuar con una articulación enérgica. El tema lírico lo llevó Pinnock con tempo vivo, mientras que supo regular las dinámicas con sentido del contraste y un efecto dramático muy acusado.

Dado este comienzo, era de esperar que el director británico siguiese por la misma senda con el dramático primer tiempo del tercer concierto de Beethoven, pero no fue así. Lo que escuchamos fue una versión suavizada del fraseo, con acentos livianos y sin buscar la densidad del sonido orquestal. Quizá fuese para permitir que brillase aún más el piano de Pires, que abordó su partitura con una clarísima y límpida articulación picada-ligada y con un fraseo más tirando a clasicista que romántico. Es decir, sin cargar los ataques, buscando más la claridad que la pulsión romántica. Impecable en materia de definición de sonido y pulcritud en la pulsación, se dejó llevar en el Largo por la languidez de la batuta y, en el tercer tiempo, su arranque brioso se chocó con la falta de tensión en la orquesta. La propina, el Largo del concierto BWV 1056 de Bach, supuso un momento de belleza suspendida.

Con trompas y trompetas naturales y baquetas pequeñas en los timbales, Pinnock impuso para la Júpiter un claro control del vibrato en las cuerdas, aunque no forzó una articulación demasiado historicista. Eso sí, su versión fue un dechado de claridad y de transparencia, con atención a los cambios de color de las cuerdas con sordina en el Andante y un brillantísimo sentido de la monumentalidad del sonido en el Molto allegro final.

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