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Pony Bravo | crítica
El Teatro Central se llenó en la noche del viernes de espectadores ávidos de escuchar las nuevas canciones de Pony Bravo, las que componen su más que esperado cuarto disco, Gurú, del que habíamos tenido escasas muestras más allá del trío que interpretaron en el último Monkey Week, una de las cuales incluso todavía sin título y con sus paredes sin enlucir. Esta era su noche: presentación oficial del disco en Sevilla, que serviría como inauguración de la nueva temporada del teatro; y colmó las expectativas de todos, del público que les sigue desde hace tiempo y del que acudió al Central sin conocerles, ya sea por el proselitismo activo de los amantes de Pony Bravo o por aquello de dejarse ver en un acto así de mediático. Todos, sin excepción, salieron convencidos de que habían asistido a uno de los mejores conciertos del año.
Comenzaron sin inyectar a su música de baile toda la toxina de que disponían, primero con ese Pumare-ho! que traslada a Kingston la conocida plaza macarena, para devolverla a Sevilla encadenándole las notas de En el lago, en un delicioso guiño al personaje que en Mi DNI les dice me recordáis a Triana; y después con Noche de setas se abrieron más al eclecticismo que caracteriza su producción, y que comenzaron a derrochar en cuanto fueron surgiendo las piezas del nuevo disco: La yerba mala, Relax y rolex, para la que Pablo Peña y Raúl Pérez, ascendido ya a miembro fijo de la banda, hicieron su primer intercambio de instrumentos, bajo y guitarra, que fueron pasando constante e indistintamente por las manos de uno y otro a lo largo de toda la noche; Casi nazi, jugando con las palabras, que Daniel Alonso iba uniendo a la musicalidad del sintetizador que pulsaba mientras las lanzaba, convertida en la pieza más ácida del repertorio, tanto por su ritmo como por lo que se entiende entre frases a veces sin sentido.
Ninja de fuego fue un interludio entre las canciones nuevas, con Pony Bravo mezclando la zambra con el dub para convertir la copla en una anomalía musical que trasplanta sus raíces andaluzas en terrenos contaminados por toda clase de ritmos electrónicos undergrounds, un vicio seductor como el que mencionan en la pieza que siguió, Errores son horrores, con la que volvieron al Gurú que presentaban para continuar hasta el final con esa pauta de canción nueva/éxito antiguo. Escuchamos El rayo antes de Loca mente, donde volvieron a deconstruir ritmos y letras mamadas desde la niñez, esta vez convirtiendo a Las Grecas en un extraño híbrido que nos atrapó desde los subgraves de dub con que comenzó antes de hacerse reconocible. La escucha de letras tan familiares marcó el inicio de la fiebre bailona de los espectadores, que con El político neoliberal hicieron temblar el suelo que se queda en el teatro cuando, como anoche, recogen las butacas, hasta extremos que el que suscribe nunca había sentido antes, haciendo que en las primeras filas fuese imposible mantenerse quieto y había que seguir el baile aunque no quisieras. La catarsis desencadenada se detuvo un poco con Piensa McFly, en el que la gente estaba más atenta a reconocer personajes de sus películas favoritas en las proyecciones del fondo del escenario y descubrir referencias de ellos en la canción que a continuar con el baile, pero luego Mi DNI, con Pablo a la voz y La rave de Dios, que lo llenó todo de house, lograron que el teatro volviera a convertirse en una discoteca de locura desatada. La banda se despidió, pero el público no estaba dispuesto a detener la fiesta.
Cuando salieron de nuevo al escenario la voz cantante la tomó Darío del Moral, plantado ante el sintetizador que muchas veces sustituyó a la batería que tocaba, y tratándola con unos efectos que nos la hacía llegar como desde un teléfono antiguo, introdujo Rey Boabdil, la canción del disco nuevo que más conocemos todos por ser la que más tiempo llevan interpretando en sus conciertos, repleta de un extraño funk que iba cambiando a la vez que su ritmo se rompía y cambiaba de cantante, Daniel, Pablo, que fue quien se quedó con el micro para presentar la Zambra de Guantánamo que Pony Bravo convierte en boogaloo de ritmos afrocubanos. Ya solo quedaba la apoteosis final desatada tras la dedicatoria de Totomani para tres mujeres libres que siguen siendo libres, los gritos desde la sala de coño insumiso, coño insumiso y el canto generalizado de ole tu coño, admiro tu valor, para que Pablo bailase espasmódicamente ya hasta el final el ritmo que marcaba el bajo de Raúl conduciendo los sintes de Darío y Daniel.
Los discos de Pony Bravo siempre han necesitado madurar en el oído del oyente antes de ser asimilados y aceptados, pero este nuevo Gurú, no necesitará de este proceso para los que nos dimos cita en el Central, porque sus canciones cobraron sobre el escenario una dimensión extra que corrigió, aumentó y vivificó lo que el grupo ha plasmado en el vinilo, el único soporte físico en el que puede encontrarse el disco.
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