Una embajada sinfónica
La ROSS en Alemania
En su cuarta cita de la gira que la mantiene aún en Alemania, la ROSS actuó en la Kölner Philharmonie, la principal sala de conciertos de Colonia
Tras diez años sin salir de España, la ROSS vuelve a estar de gira. Cierto que el conjunto se mueve en formación de orquesta clásica, una cincuentena de profesores, y básicamente para arropar al guitarrista Pepe Romero en su 75 cumpleaños. No menos cierto que el recibimiento en las primeras etapas de la gira está siendo extraordinario.
Apenas tres horas antes de que el conjunto ofreciera el miércoles en Colonia su cuarto concierto del tour, John Axelrod comentaba emocionado el impacto de la noche anterior en la Elbphilharmonie de Hamburgo, un auditorio que, inaugurado en 2017, es ya centro emblemático de la música europea: “Todas las entradas vendidas. Tres salidas a escena entre ovaciones”. En Düsseldorf y Bremen, que precedieron a Hamburgo, la reacción del público fue, según cuentan, similar. Y Axelrod continúa: “¿Por qué tenemos que salir a Alemania para vivir esto? ¿Por qué no en Sevilla, por qué en la Cartuja, en la presentación de la gira, había 500 personas y la sala de Hamburgo estaba llena, más de 2000 espectadores?”.
Para entender el éxito de la ROSS y Pepe Romero en Alemania la cita de Colonia puede servir como referencia. El conjunto actuará en la Kölner Philharmonie, un edificio levantado en 1986 en la ribera del Rin, junto a la catedral, el Museo Ludwig de arte moderno y la Estación Central de ferrocarril. Con una sala principal en forma de anfiteatro y aforo para 2000 espectadores, el centro es la sede de las actuaciones de las dos grandes orquestas sinfónicas de la ciudad, la de la Radio del Oeste de Alemania y la Gürzenich. Sólo en marzo hay programados 41 conciertos de distintos estilos de música, aunque predomina la clásica, con intervenciones de grandes figuras del panorama internacional (Currentzis, Gergiev, Sokolov, Villazón, Queyras, Aimard...). Y esto es así todo el año.
Para Axelrod, la diferencia con Sevilla no tiene que ver con el público: “No podemos culparlo. Échele la culpa a la falta de promoción, de márketing, de capacidad para retener a los abonados, a la escasez de personal. La ROSS debería ser el orgullo de Sevilla, su gran embajadora cultural. Es la joya de la corona. Pero si quieres aspirar a ganar la Champions tienes que invertir en los mejores jugadores. Los políticos tienen que decidir si quieren que la ROSS aspire a competir con las mejores orquestas de Europa o conformarse con mantener un conjunto básico. Venimos a Alemania y tenemos éxito, pero en realidad llevamos cuatro años de éxitos y nada ha cambiado”.
El del concierto resulta, de todos modos, uno de los ritos sociales más asentados entre los alemanes. Al auditorio de Colonia, la gente empieza a llegar una hora antes de la hora prevista para el inicio, cuando se abren las puertas, compra su programa de mano y se reúne con los amigos y conocidos entre copas de vino y canapés. En apariencia, este público no tiene nada de especial, es socialmente tan variopinto como el que puede verse en nuestros auditorios y su edad media se aproxima también peligrosamente a la de la jubilación, pero mantiene una capacidad de entusiasmo que se aprecia en los pequeños detalles, en la forma de acompañar sin ningún complejo la salida de la orquesta con aplausos, en la reacción vehemente cuando Pepe Romero aparece en escena. A los alemanes, que esta vez no llenan la sala –aunque no se anduvo lejos de hacerlo: quizás se reunieran 1500 personas–, parece en efecto fascinarles la guitarra tanto como los ritmos que Torroba tomó de Sabicas para su Concierto en flamenco, en especial los de las Alegrías de Cádiz, que provocan de improviso la primera gran ovación de la noche.
Tras la pausa, el Concierto de Aranjuez trae el delirio, y el público despide a Romero puesto en pie. Axelrod insiste en que la gira “aumentará la visibilidad del perfil de la ROSS como una orquesta de primer nivel” y se esfuerza en agradar. Lo hace con una soberbia Suite nº2 de La Arlesiana de Bizet, cuya vigorosa Farandole de cierre arranca un nuevo estallido de entusiasmo y con una Habanera de Carmen de propina que congela a muchos en el acto de marcharse. Y el director americano aún se guarda una última carta de seducción: repite la Habanera, pero invitando a los espectadores a tararear la melodía, y allá que se lanza el aficionado de Colonia, desinhibido, gozoso, con una alegría casi infantil. Quizás en unos años algunos recuerden aquella noche en que una orquesta sevillana y un director tejano los hicieron cantar al amor, ese pájaro rebelde que no se puede enjaular.
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