Andre Jaume | Editor y traductor
"Beberé manzanilla el resto de mi vida"
The Richard Chanin Foundation | Crítica
'The Richard Chanin Foundation'. Centro Andaluz de Arte Contemporáneo. Hasta el 20 de octubre
Tal vez sean dos las notas más características (y más desconcertantes) de la llamada The Richard Chanin Foundation. La primera, los escasos apoyos con que contó y la segunda, haber conseguido, pese a tal carencia, hablar y hacerse oír en un tiempo que podría llamarse el final del entusiasmo.
Los artistas que en los años 70 comenzaron a cultivar la abstracción contaron en Sevilla con las galerías La Pasarela (e indirectamente, Juana Mordó) y Juana de Aizpuru. Su revista, Separata, mantenida con notable esfuerzo, era un espacio para definirse y establecer intercambios más allá de los cortos límites del país. Por otra parte, estos autores crecieron en un clima de ambiciosos proyectos. Había diferencias entre ellos: propuestas derivadas de la Escuela de Nueva York, de la abstracción geométrica, del materialismo de los franceses de Support-Surface y de Ribert Rauschenberg, pero tal heterogeneidad fomentaba y propiciaba un denso espacio de elaboración artística del que dio cumplida cuenta en 1999 la exposición Imágenes de la Abstracción.
En los años de la transición democrática, antes y sobre todo después de que ésta tomara tierra en una tranquilizadora mayoría absoluta, los autores de la Nueva Figuración Madrileña contaron con un escenario análogo. Sus primeros pasos se habían beneficiado de los buenos oficios de Juan Antonio Aguirre. Más tarde la galería Buades potenció sus trabajos. Estos además tomaban cuerpo en un denso caldo de cultivo donde la versión hispana del arte pop y una lectura audaz de la tradición pictórica alternaban con la música rock y aires de la Transvanguardia. En Sevilla, la galería La Máquina Española y la revista FiguraFigura jugaron un papel equivalente.
Avanzados los años 80, en Málaga los trabajos del colectivo Agustín Parejo School partieron sin apoyo institucional y más que un grupo de artistas consolidado eran algo así como un evento climático que sólo aparecía cuando los cambios de presión social, cultural o política lo requerían: entonces pasaban a la acción. Contaban con algo muy importante: una posición contestataria, crítica de la naciente democracia y de la memoria autoritaria. Por eso elaboraron en 1984 un peculiar San Sebastián, denuncia de la muerte nunca aclarada judicialmente de Rafael Delas Aizcorbe, o a proponer, en 1992, el proyecto Sin-Larios (sonaba parecido a Gin Larios) para privar de su escultura en Málaga al primer marqués de ese título.
Posiblemente en 1999 los cauces de la institución arte (galerías, centros de arte) habían fraguado y se habían hecho por ello menos sensibles a la novedad. El país, por su parte, se había instalado en la tranquila conciencia de una modernidad olvidadiza del propio pasado. La conversión de la actividad política en gestión administrativa, la convicción de que el futuro estaba en la economía de servicio (no en la industria o en la agricultura) y el retorno de la fiebre del ladrillo apenas dejaban espacio para las voces críticas. El final del entusiasmo había llegado.
En semejante panorama resulta más que sorprendente que un grupo de jóvenes estudiantes de Bellas Artes abrieran espacios críticos, por modestos que fueran, sin apenas puntos de apoyo, y sobre todo, quisieran compartirlos con autores de su generación de diversas zonas del Estado. Estos son a mi juicio los haberes de The Richard Chanin Foundation.
Entre los aspectos críticos, algunos se refieren al arte. Un autógrafo, por favor opone, con ironía, la incertidumbre propia del arte al certificado de legitimidad que dispensa el éxito comercial. La acción del karaoke Cantar es nuestra vida señala otra forma de reconocimiento de la actividad artística, la que confieren los medios de comunicación. Otros dardos se dirigen a la sociedad, en especial a las nuevas clases medias. A tutti plain apunta al advenedizo que por fin practica un deporte de minorías, el golf, en un espacio privado y exclusivo. En Lucha de clases, las cazadoras reducen los polos antagónicos del capitalismo industrial a un contencioso entre tribus urbanas. Los tiempos están cambiando aun para venerables tradiciones y ahí aparece La custodia del cubata, quizá la mejor pieza del colectivo.
Pero para calibrar su alcance, no bastan las obras de The Richard Chanin Foundation. Su contribución se sustancia sobre todo en impulsar o, mejor, sacar a la luz un debate que los autores de su generación ya compartían: ¿qué arte es posible en una época a la vez indiferente y convencional? Los unía el valor de ese debate. Por eso podían trabajar juntos tres jóvenes con orientaciones artísticas muy diferentes y compartir con otros qué arte era posible. Iniciativas como Sala de Star fueron la fecunda continuación de tal inquietud.
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