Romancero Gitano | Crítica de Teatro

Retahílas lorquianas

La veterana actriz en un momento de su hermoso monólogo.

La veterana actriz en un momento de su hermoso monólogo. / M.G.

En el escenario, completamente negro, destacan únicamente seis focos en la parte superior izquierda y siete impersonales butacas de cualquier teatro, cuatro a un lado y tres a otro.

Entre ellas aparece Nuria Espert, traje negro y cabello blanco, acogida por un cálido aplauso del público, consciente de que se encuentra frente a una de las más grandes actrices de nuestra escena.

En ese sobrio escenario, sin referencia temporal o espacial alguna, Espert, tan sola como cuando nos hizo llorar, en este mismo teatro, interpretando a todos los personajes de la shakesperiana La violación de Lucrecia, nos introduce de sopetón en una burbuja donde flotan cientos de palabras, poemas y ecos de esas grandes mujeres que nadie como Lorca supo retratar y de las actrices -como Margarita Xirgu y ella misma- que las interpretaron.

Palabras que ella va hilando sin esfuerzo alguno porque las obras de Federico García Lorca y Nuria Espert han caminado de la mano durante décadas hasta que ahora, a sus 86 años, Lluis Pasqual ha creado para ella esta velada lorquiana que vio la luz en enero de 2020 (antes de la pesadilla) en el Teatro Romea, el mismo escenario en el que la actriz debutó con apenas trece años de edad.

El espectáculo se basa en una conferencia impartida por el poeta en 1935 en la que comentó y leyó su poemario  Romancero gitano, publicado en 1928. Sabrosos comentarios, salpicados de versos, sobre los gitanos, sobre Andalucía o sobre la pena negra, la de Soledad Montoya, pero también la de la Madre de Bodas de sangre, o la de Doña Rosita la soltera.

Palabras mil veces leídas o escuchadas y que ahora Espert, sin mirar casi el guion del que se acompaña, convierte en materia teatral, interpretando como nadie cada matiz y cada personaje de Lorca, y amasándolas con su propia autobiografía.

Así, entre verso y verso, nos enteramos de que su padre, un humilde trabajador, copió para ella de una prestada edición del Romancero gitano ese poema –“La luna vino a la fragua / con su polisón de nardos…”- con que de niña, en los llamados “nidos de arte” a los que acudían los domingos muchos obreros barceloneses de la posguerra, obtuvo sus primeros aplausos.

Una hermosa retahíla que la actriz va tejiendo poco a poco con su voz hechicera, aderezada con algunos toques de Pasqual, como el de la Canción del jinete que se oye en la voz de Paco Ibáñez, y que termina, cómo no, con una alusión a los infames que cerraron para siempre la boca del poeta. Para ello, nos deja con algunos versos del ‘Grito hacia Roma’ de Poeta en Nueva York: “…mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos / caerán sobre ti…”.

Un grito que, como toda la pieza, lógicamente, suena con menos volumen y quizá con menos energía que en otros tiempos, exigiendo por parte del espectador un sano ejercicio de escucha, pero no con menos verdad y menos maestría. Grande, grande la Espert.

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