Silvia Pérez Cruz | Crítica

Un lenguaje universal

La cantante presentó su nueva propuesta en Sevilla.

La cantante presentó su nueva propuesta en Sevilla.

Dejó el quejío flamenco para el final, para el segundo bis. Un regalo para Sevilla, quizá, pues esta es la segunda vez que hacen este repertorio. Para Rocío Molina. Recordando la Bienal de 2012, la primera sin Morente, con su versión del Pequeño vals vienés que Pérez Cruz convierte en su propia versión, claro está, como todo lo que toca. Se identifica de tal manera con la pieza, con la música, con la estética, con la emoción, que en la Música Popular Brasileña suena brasilera, en el fado portuguesa, en el jazz afroamericana y en el Siga el baile oriental. Su voz es un portento capaz de evocar todo nuestro pasado musical, sentimental, desde el susurro al grito. Puede demorarse un instante eterno o acelerar el ritmo para convertir el escenario en una fiesta. Canta, toca la guitarra, la percusión, el piano. Delicioso el tema a cuatro manos, a dos pianos. Rotunda, abrasadora, la Oración del remanso. Hay grito, hay protesta y hay susurro, caricia. Una complicidad enorme con Marco Mezquida: se aman, se besan, se tocan, se miran, se miman. Y todo lo demás. Se enredan. Juegan, se ríen. Es difícil hacerle la más mínima sombra a un animal escénico, a una diva como Pérez Cruz. Pero hay que decir que los arreglos de Mezquida son tan brillantes que temas tan transitados y reconocidos como La llorona pueden sonar en sus manos como recién nacidos. Español y portugués peninsulares y americanos, inglés, catalán.

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