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Teatro desnudo

Excelente elenco en esta versión de 'Tío Vania' dirigida por Daniel Veronese

Excelente elenco en esta versión de 'Tío Vania' dirigida por Daniel Veronese / M. G.

Siendo director del Teatro Lope de Vega, Antonio Álamo, se programó, en la temporada 2007/2008 esta obra de Veronese en el salón de los espejos del Casino de la Exposición de Sevilla. Se enmarcó dentro de una programación calificada como teatro desnudo o puro.

Los intérpretes argentinos (se había estrenado un año antes en Buenos Aires) se enfrentaban al texto rodeados, a menos de tres metros, de los espectadores que experimentaban, no solo el buen hacer de Daniel Veronese sino la sensación de estar ante una manera distinta de acercarse al hecho teatral.

Recuerdo, vagamente, la impresión de sorpresa, de gozo, ante una energía distinta que no se conocía en España. El público se metía de cabeza en ese habitáculo inventado por el propio Veronese, una esquina, en la que cabía toda la representación de Tío Vania con su casa de campo incluida. El éxito del director argentino no ha dejado de crecer desde entonces. Se ha convertido en la punta de lanza de una forma de hacer teatro proveniente de ultramar que ha echado sus raíces en nuestro país. La escuela argentina ha prosperado, como ninguna, entre dramaturgos, directores e intérpretes.

Compañías españolas han viajado al país andino para que Veronese las dirija. Sus puestas en escena se han convertido en referentes constantes que tienen el sello inequívoco de su autor: espacios diminutos, interpretaciones brillantes, agolpadas, sincopadas, reflejando una realidad muy cercana a lo cotidiano pero sin olvidar la poesía y la palabra.

Parece lógico que en 2017 se volviera a reponer esta obra que abrió las puertas de una cierta argentinización de nuestro teatro. No tengo memoria suficiente y pido disculpas si me equivoco, pero me parece que esta revisión aporta los textos de Genet y su obra Las criadas (soy incapaz de recordar si ya estaban en la primera versión). Veronese juega con el metateatro en su puesta en escena, desbroza la pieza de Chejov, la destila, la licúa casi y nos la devuelve sintetizada, como de laboratorio. Fría.

Sus intérpretes, excelentes, me parecieron algo ajenos, sin embargo. Aunque todo cambiaba cuando Natalia Verbeke aparecía en escena. El frío se tornaba calor y la sensación de estar ante una perfecta sintonía entre el personaje y la actriz hacían que la obra volara y se redimensionase.

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