TENORIO | CRÍTICA

A vueltas con Don Juan

Manuel de Diego en la primera escena de 'Tenorio'

Manuel de Diego en la primera escena de 'Tenorio' / Juan Carlos Muñoz

Este Tenorio de Tomás Marco pone fin, hasta el momento, a una larga serie de óperas que desde hace trescientos cincuenta años, han hecho de Don Juan su personaje principal. Desde aquel L’empio punito de Alessandro Melani hasta la actualidad son ya más de cincuenta las óperas que no han sabido librarse de la inmarchitable seducción por este personaje sevillano nacido a la Literatura hace prácticamente cuatro siglos. Marco, como tantos otros intelectuales que se han acercado a la sombra del Burlador de Sevilla, hablan siempre de él como mito. Pero, ¿qué es un mito? Una construcción simbólica que pretende darle forma a inquietudes profundas o necesidades acuciantes del ser humano, anhelos y miedos sin nombre y sin rostro que cuando se personifican parecen estar más cercanos a las respuestas que buscamos. En el caso de Don Juan, que presenta la peculiaridad de tener acta oficial de nacimiento (la comedia falsamente atribuida a Tirso y que parece ser de Andrés de Claramonte), estamos ante un mito de normación que establece una elaboración alegórica de unos principios morales. Pero por encima de esa intención está el trasfondo de la eterna búsqueda de la satisfacción del deseo y su culminación en la muerte y esta dimensión es la que le ha dado al conquistador sevillano tan larga vida en las letras, la escena y la música.

Marco no se plantea el dilema moral que se substancia en el final de Don Juan. La historia vuelve a comenzar y retorna a la Hostería del Laurel una y otra vez sin que sepamos qué fue del seductor y del blasfemo tras su encuentro con el Comendador. La selección de los textos está bien cuidada y articulada, con el detalle final de culminar con el famoso soneto quevedesco. Pero sobran las alocuciones iniciales y finales, más propias de un programa de mano que de ser puestas en música y cantadas.

La partitura, un tanto larga, ofrece un mayor interés y un mayor cuidado compositivo en el conjunto instrumental que en las voces, cuya escritura es casi siempre un parlato monótono y sin expresividad. Si se le añade la ausencia de escenificación y la no disponibilidad de los textos es lógico que el público se perdiese en muchos momentos.Magnífico en su compleja tesitura De Diego, como también García. Más inexpresiva Arrés y brillante Casas. Gran dirección de Busto, de elegante y claro gesto, preciso y atento a los juegos de colores de un estupendo y joven grupo instrumental y de un muy empastado y afinado grupo de madrigalistas.

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