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agustín fernández mallo. escritor

"Toda buena novela empatiza con sus personajes, opinen o no como el autor"

  • El narrador presenta en Andalucía 'Trilogía de la guerra', una compleja novela atravesada por el lirismo y la extrañeza con la que ganó la última edición del Premio Biblioteca Breve

Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967), fotografiado en su visita a Sevilla.

Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967), fotografiado en su visita a Sevilla. / Juan Carlos Vázquez

Entre los lugares que ha visitado Agustín Fernández Mallo hay uno que le dejó una impresión acusada: la isla de San Simón, en la ría de Vigo, un espacio que a lo largo del tiempo fue utilizado como leprosería y campo de concentración. El autor de Nocilla Dream o Limbo inicia aquí su nueva novela, Trilogía de la guerra, que arrancacon el episodio de un autor, como él, invitado a unas jornadas que se celebran en ese enclave único. La inquietud de ese personaje por el "herrumbroso e incandescente magma" que siente allí bajo sus pies, donde sabe que hay "cientos de huesos y cientos de dientes", y algún encuentro perturbador que anticipa los caminos inesperados por los que transcurrirá esta ficción, sirven de preámbulo para una ambiciosa y compleja obra que transcurre en distintos escenarios -Nueva York, Vietnam, Normandía- y que se aproxima a asuntos como la convivencia entre vivos y muertos, las migraciones o la necesidad de apostar por el amor en épocas marcadas por la violencia. Un texto con el que Fernández Mallo se hizo con el Premio Biblioteca Breve y que presentó en Sevilla esta semana de la mano del Centro Andaluz de las Letras.

-Uno de los personajes de la novela asegura que los vivos se pueden ir de tu lado, pero los muertos se quedan, se adhieren a uno. La novela nació cuando usted sintió las energías de quienes habían fallecido en la isla de San Simón...

-Sí, cuando estás en un lugar donde se ha producido tanta muerte violenta te das cuenta de que los cuerpos muertos, la carne, no son archivos informáticos que circulan por una red inmaterial, sientes que están ahí, y la carne aún te llama y te dice cosas. Te das cuenta de que los muertos no están muertos del todo, y eso implica por tanto que los vivos tampoco estamos vivos del todo. Me interesa cómo se crea esa interzona en la que convivimos unos y otros. Pienso que ofrezco otra visión de la muerte, que no es una novela llorona ni que evoque nostálgicamente a los que han fallecido. Hay un personaje que dice que cada ser querido que se muere se incorpora a nuestro cuerpo como un órgano, como una parte, como la próstata o las manos.

-Un verso de Carlos Oroza, "es un error dar por hecho lo que fue contemplado", se repite a lo largo del libro. Lo que ocurre en Trilogía de la guerra está impregnado de extrañeza, como si hubiese una realidad que se nos escapa.

-El libro se ha comparado con David Lynch, aunque también tiene mucho de Sebald. Digamos que esta novela está edificada con un método: partir a veces de un absurdo, darlo por hecho, no justificarlo y empezar a construir a partir de ahí un mundo totalmente lógico y coherente. No olvidemos que el absurdo es un método de investigación como otro cualquiera. Estirando las cosas puedes ver algo que no apreciabas antes...

-No parece casual que en la tercera parte, que ocurre en Normandía hoy se hable de la llegada de los refugiados, que es como otro desembarco, muy distinto al de la Segunda Guerra Mundial... La migración es un tema muy presente en la obra.

-Ese verso de Carlos Oroza también se puede aplicar aquí, porque la llegada de los refugiados cambia la visión que teníamos, de repente toda esa gente que no existía para Europa llama a tu puerta y dice: no soy sólo la imagen del Telediario, estoy aquí. En la parte de Nueva York hay una chica, Tucker, que dice que ella nunca se enamora, que está con los hombres como si fuera un contrato, y que ha aprendido a vivir en el desarraigo de sus sentimientos, como los inmigrantes. Para ella un inmigrante es el ser más fuerte que hay. Gracias a ellos las líneas genéticas y culturales se cruzan y eso da lugar a algo nuevo.

-Tucker es una artista que investiga las relaciones sentimentales que se producen durante las guerras. ¿Descubrió usted alguna historia que le sorprendiera mientras preparaba el libro?

-Aquí he de aclarar que yo no me documento. Para mí, la documentación es como un bloque de piedra atado a los pies del autor, es algo que mata la ficción. Yo escribo sobre bases que ya conozco y quizás miro algún dato, pero eso de investigar exhaustivamente... pienso que si lo hiciera acabaría sin escribir. Yo me lo invento: la ficción es la ficción. Aparte de eso, con Tucker exploro que cuanto más descabellada sea una contienda más necesitas apelar a un lugar donde te sientas refugiado, ya sea la intimidad de otro cuerpo o la intimidad de una amistad.

-El personaje de la segunda parte participa como piloto en Vietnam, y no justifica la violencia de los ataques a la población civil. "La excusa", dice, "es el gran tema de nuestro tiempo".

-Es un personaje que me interesa mucho porque él sostiene que es el cuarto astronauta del primer viaje a la luna y que no sale en las fotos porque él estaba filmando, porque entonces no existían los selfies. Él no atribuye su papel en Vietnam a drogas ni a enajenaciones mentales, él habla de cómo el mal se mete dentro de ti y todos tus reparos morales se quedan a un lado. Me gusta el paralelismo que hay en el libro de este personaje con su padre, al que le toca la lotería y empieza a hacer locuras y a tener ideas delirantes con el dinero que no van a ninguna parte, porque a los que participan en una guerra les toca una especie de lotería muy distinta, se les da permiso para matar impunemente. Este piloto representa la pérdida de la inocencia norteamericana, es un niño de Montana que crece rodeado de vacas, y toda su vida es un descreimiento. Es un personaje muy conservador, alejado de mí, pero terminé desarrollando una gran empatía hacia él. Toda buena novela tiene que empatizar con sus personajes, opinen o no lo mismo que el autor, porque una novela es una novela y no una venganza.

-Por la obra asoman autores como Sebald o Bradbury, pero también García Lorca, al que uno de los personajes reivindica copiando sus versos en billetes. ¿Admira usted especialmente al granadino, o era una figura idónea para un libro que habla de la guerra?

-Es imposible que Lorca no signifique nada para ti si eres poeta, pero debo confesar que no entro demasiado en su obra, salvo en Poeta en Nueva York. Me fascina esta imagen de que por una palabra o dos no anticipó la caída de las Torres Gemelas. Me interesa el Lorca visionario, que no es el Lorca surreal.

-Como en sus propuestas anteriores, aquí conviven el poeta, el narrador y el científico que encuentra belleza en detalles inesperados.

-Sería difícil separar al escritor del físico porque ambas cosas van juntas, conviven sin que yo piense en ello ni lo busque. Ese diálogo está ahí sin que yo me dé cuenta.

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