Calor de hogar
Vera Fauna | crítica
El grupo sevillano Vera Fauna presentó anoche en el Teatro Lope de Vega su segundo disco, 'Los años mejores', rodeado de amigos y colaboradores
¿Cómo era posible que a una banda como Vera Fauna, de la que en sus discos podemos escuchar un delicioso pop de ensueño, la banda sonora de un universo alternativo en el que las estrellas del pop todavía visten de color dorado pálido; con canciones llenas de ternura más que de deseo, de miradas prolongadas y manos cogidas en vez de asaltos sexuales; construidas con elementos singulares que sin ser ninguno nuevo pero la composición de todos ellos tiene un gusto retorcido que suena fresco e imprevisto; cada vez que los he visto sobre un escenario he salido sin sentirme cerca de ellos ni de su música? Tenía que ser problema mío, por fuerza, no de ellos. Por eso tenía ganas de repetir la experiencia del directo con la banda ayer en el Teatro Lope de Vega, donde presentaban su segundo disco, Los años mejores; porque estaba seguro de que alguna vez iba a poder disfrutar de un concierto suyo tanto como de los discos. Y puedo decir que lo conseguí.
Verán ustedes; no es que el de ayer fuese el concierto de mi vida ni que Vera Fauna estuviese como para calificarlos de sobresaliente, pero tampoco les voy a racanear un notable porque nos ofrecieron más de una hora y media de intimismo y grandes interpretaciones instrumentales, formando parte de un todo simple y estético, pero que no llegó a trascender del todo sus limitaciones y se le vieron las costuras algunas veces.
El escenario representaba la casa de alguno de la banda, en la que se habían reunido a ensayar y por la que pasaban numerosos amigos. Además de los instrumentos y amplis, adornados algunos con floreros, se veía un sofá, una mesa de cocina con sus sillas, otra mesita rinconera más reservada, y todos los músicos andaban de la forma despreocupada en la que uno se mueve en su zona de confort. El concierto se iba desarrollando en base a un guion que quería hacerlo parecer como improvisado, pero que daba la impresión de que muchas veces lo que veíamos estaba improvisado de verdad, sobre todo en lo tocante a los invitados, que más que sumar, en ocasiones restaron. De todas formas, esta manera de presentar la escenificación y sus equívocos no estuvo falta de encanto, de forma que incluso cuando Kike Suárez pegó un monumental culazo en el suelo durante la interpretación de Los naranjos -menos mal que estamos en un ensayo, ¿te imaginas el ridículo si estuviésemos en el Lope de Vega?, se reía Jaime-, lo solventó luego con soltura bromeando sobre que creía tener un mioblastoma de grado cuatro y mi acompañante pensó que la caída no había sido accidental, sino que formaba parte de las pausas dramáticas que el grupo establecía entre muchas de las canciones.
Unas notas de guitarra repetidas durante un minuto y medio dieron paso a la voz de Kike para empezar con la primera de las canciones, Peso pluma, la que también abre el disco que presentaban. Después de la primera estrofa marcó el ritmo la batería de Juanlu Romero y enganchó al resto de la banda: Javi Blanco en otra guitarra, Alejandro Fernández en los teclados y Jaime Sobrino en el bajo, que en un par de ocasiones cambió por la guitarra de Kike, además de asumir la voz cantante. Jaime sobresalió en los dos primeros temas, no limitándose a sacar notas bajas de su instrumento formando con la batería una sección rítmica convencional, sino fraseando muy bien y haciendo que su sonido formase parte importante de la melodía; después, en Voy temblando, fue el puntal de la excelente parte instrumental del final de la canción.
Y comenzaron a llegar los amigos. Loren Soria, el tipo que pone el frech touch y el techno en Califato ¾ entró en bicicleta; Carlangas, el de Novedades Carmiña, con unos discos antiguos en los que escondía la letra de Casa Carreras que, obviamente, no se sabía y solo acompañó a Kike de manera casi testimonial, limitándose después a andar por el escenario como por su casa y a tirarse en el sofá, donde le acompañó siempre El Canijo de Jerez, que entró después de que Kike y Jaime hiciesen el primer intercambio de instrumentos y este último cantase Mira lo que tengo. El Canijo tampoco aportó mucho más que su presencia garrapatera y dos botellas de vino y acompañó a la banda en Somango, una de las canciones que interpretaron anoche que no formaba parte de este segundo disco, sino del primero, Dudas y flores. La canción perdió muchísimo sobre el juego de voces que tiene en su forma grabada, aunque la entrada instrumental siguió la tónica de la noche y podemos cuantificarla como de muchos quilates.
Paloma Peñarrubia (¿o era Paloma Angulo?, que ya mi vista se ha quedado bastante por detrás de mi oído y estos tíos pasaron de presentar a sus acompañantes) reforzó con su flauta la seducción de Los naranjos, otra de las canciones recuperadas del disco anterior, y todavía ascendió en espiral porque se mantuvo en el escenario durante Candelaria y el instrumental que protagonizó como interludio entre las dos canciones. Para Candelaria apareció en el escenario una deslumbrante María Yfeu que me dio la impresión de que a veces se reprimía cantando para que su voz no superase demasiado a la de su anfitrión, Kike. Se soltó más en Lobo López, un acierto a la hora de recuperar alguna de las canciones en las que Vera Fauna acompañó a Kiko Veneno en la relectura de Échate un cantecito del pasado Monkey Week, porque esta es la que más rompió la uniformidad de todas las que interpretaron en aquella ocasión, con el uso de unos recursos que la llevaban tanto al blues como al reggae. Junto a Kike, la comenzó cantando María y la terminó su propio autor, Kiko Veneno, tras una entrada triunfal.
A Kiko sí que se le notó el dominio de un escenario y el control de la situación, mientras todos los demás se mantenían en el sofá o sentados a la mesa de la cocina. Vino para unirse a Vera Fauna en Martes, la canción del disco presentado en la que participa él también, y solo la ocurrencia cuando hablaba con Kike sobre que en la grabación no habían quedado muy bien las voces pero había magia y su respuesta de que él no es mago sino demagogo, tuvo más ingenio que toda la larga parrafada posterior de Kike, que funcionaría mucho mejor con una buena preparación, porque no es mala presentación para Estrella de papel, la canción que tiene las claves para entender el porqué del título del disco, sobre estar en los mejores años. Cuando me dio un parraque de ansiedad porque creía que no me habían admitido en un master, decía Kike derramando ironía, estaba en mis mejores años; cuando se me echó encima un drama familiar en mi primera ruptura; trabajando de camarero en la Alameda, que no dormía y bebía para soportar la tensión, estaba en mis mejores años…
Alejandro ha sido la última incorporación al grupo para tejer alfombras mullidas de sonido con sus teclados y su saxo. Anoche el saxo solo lo sacó brevemente al final, pero con los teclados estuvo mucho más presente, sobre todo en el principio de Tres primaveras, otra de las canciones claves para comprender la cruda sensibilidad social de las letras de este disco; esta es la que nos ayuda a entender por qué en su portada aparece un frigorífico medio vacío. Al dolor reverberó como el pop inglés sesentero y No quiero nada tuvo la impronta del sonido urbano que Carmen Xia le aporta también en la versión del disco, en la que participa con su voz. Ya solo quedaba Espuma para terminar con la muestra de canciones nuevas.
El fin de fiesta final, otra vez en el escenario junto a todos los amigos que habían venido a acompañar a Vera Fauna en tan feliz e importante día para ellos, fue más una especie de respiro porque todo se terminaba sin catástrofes que una interpretación coral de calidad. Hicieron Volando voy, aprovechando la presencia de Kiko Veneno, de manera bastante deslavazada, sin que pareciese que cada uno sabía muy bien cuál era su papel y veía a Carmen Xia sufrir sentada en el sofá por no arrancarse a bailar y con un micrófono en la mano que se moría por utilizar. El disparate musical que es la versión que el grupo hace de Colorada sí admitía la participación de todos en el estribillo y todo tuvo un final feliz porque la coda final de esta canción, después de los aplausos del público que llenaba el teatro, retomando la última estrofa y despidiéndola con otro rato instrumental rayó una vez más en la excelencia.
Sí, anoche salí con vibraciones mucho mejores de un concierto de Vera Fauna. Algún tinte psicodélico, poquito, apenas apuntado; partes rítmicas intensas, hipnóticas incluso algunas, explosiones de acordes a lo Porcupine Tree por aquí y zumbidos casi kraut por allá; un impulso extra en momentos que recordaban al rock andaluz; también un oído astuto para la melodía, arpegios de guitarra resonantes que caían en cascada y luego brillaban suavemente en los pasajes más tranquilos. Notamos su herencia y raíz local, pero una pizca y media, en lugar de una influencia primordial; solo como uno de los muchos avíos del puchero, cocinado dándole tiempo, que es como Kike ha definido alguna vez la música que hacen, del que en la fría noche de ayer todos tomamos algunas cucharadas que nos sentaron muy bien. Solo hay que ajustar mejor algunos ingredientes y estoy seguro de que todavía le sabrá más rico que a nosotros a todos aquellos que lo prueben en los siguientes siete conciertos que Vera Fauna va a repartir por todo el país en los próximos dos meses, desde Almería a Barcelona, pasando por Madrid y saltando hasta Mallorca.
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