Cultura

Zurbarán, cuatro clavos y pliegues quebrados

  • El delegado de Cultura presenta la restauración llevada a cabo en el 'Cristo crucificado' del extremeño

Ante el 'Cristo crucificado' de Zurbarán.

Ante el 'Cristo crucificado' de Zurbarán. / juan carlos vázquez

La sala XIII del Bellas Artes de Sevilla exhibe desde ayer el cuadro restaurado Cristo crucificado, que el maestro extremeño Francisco de Zurbarán pintó entre 1638 y 1640. La obra, que ha sido intervenida en el propio museo por Fátima Bermúdez-Coronel y Javier Chacón bajo la supervisión de Fuensanta de la Paz, fue visitada ayer por el delegado de Cultura de la Junta de Andalucía en Sevilla, José Manuel Girela, quien dio a conocer algunos detalles de estos trabajos que han durado seis meses. La intervención ha sido integral -del soporte hasta los estratos más superficiales-, y sufragada por el museo de México que lo había solicitado en préstamo. "El cuadro no se podía exponer debido a su deficiente estado de conservación. Es una pieza singular por sus dimensiones, por la iluminación que hace resaltar la figura contra el fondo oscuro y la dota de unas características casi escultóricas, y por la belleza del paño, pues Zurbarán se recreó en la descripción de cada pliegue del tejido, graduando con maestría la iluminación que incide en cada doblez, cualidades que ahora pone de manifiesto la restauración", valoró Fuensanta de la Paz.

Las representaciones del Crucificado fueron uno de los asuntos más frecuentes tanto en la pintura como en la escultura del barroco sevillano y, según precisó Girela, Zurbarán se contó entre los artistas que abordaron el tema de una manera más personal. En su tratamiento iconográfico presentó numerosas veces la figura aún con vida y expirando: sin embargo, de los cinco crucificados del pintor que atesora el Bellas Artes de Sevilla, éste es el único donde representó a Cristo ya muerto.

El acusado tenebrismo del lienzo, de clara ascendencia caravaggiesca, contribuye a crear una imagen ideal de Jesús de la que están excluidas la crueldad y la violencia. Es una obra que presenta la muerte de manera simbólica y casi mística pues la sangre aparece de manera testimonial y la figura parece reposar sin esfuerzo en el supedáneo sobre el que descansan sus pies. "Zurbarán recoge aquí la iconografía del Cristo crucificado con cuatro clavos que procede de Durero y que Pacheco volvió a abordar en El arte de la pintura, donde señaló que el modo más correcto de representar a Cristo en la cruz era con cuatro clavos en lugar de tres. Tanto Pacheco como sus discípulos Velázquez y Alonso Cano trataron con maestría este asunto", explicó a su vez Valme Muñoz. El cuadro, añadió la directora del museo, formó pareja con otro que Zurbarán pintó para el convento de los Capuchinos de Sevilla, y que fue el modelo que usó para realizar otras réplicas salidas de su taller.

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