Melodías desde la otra orilla

ALMACLARA | CRÍTICA

Almaclara con músicas de allende el Charco.
Almaclara con músicas de allende el Charco. / Federico Mantecón

La ficha

****Programa: Cuarteto de cuerdas nº 1 de H. Villa-Lobos; Cuarteto de cuerdas de T. Carreño; ‘Las cuatro estaciones porteñas’ (arreglo de Beatriz González Calderón) de Á. Piazzolla. Intérpretes: Clara Martínez (flauta), Inés Montero (violín 1º), Irene Fernández (violín 2º), Raquel Pavón (viola), Beatriz González Calderón (violonchelo) y Carmen Fernández (violonchelo). Lugar: Sala Cero. Fecha: Miércoles, 14 de mayo. Aforo: Dos tercios.

Saliéndose de su habitual espacio estético y sentimental que gira alrededor del triángulo formado por Schumann, Clara y Brahms, el Cuarteto Almaclara-Inés Rosales ha echado un interesante y valioso vistazo a la música procedente de Brasil, Venezuela y Argentina.

El primer cuarteto de Villa-Lobos, inusual por su sucesión de siete cortos movimientos, arrancó con un fraseo lánguido, como dejándose llevar indolentes e instalado el cuarteto en un sonido muy logrado, empastado, cálido antes que punzante y con algunos portamentos muy expresivos. En los siguientes momentos hubo ocasión de degustar el bello sonido de la viola desplegando una línea cantabile muy conseguida (tercer tiempo), así como del timbre más brillante del primer violín (quinto tiempo), para rematar con una fuga muy bien conducida.

El cuarteto en Si menor de la venezolana Teresa Carreño se mueve en la onda estética del Romanticismo pleno europeo y muestra una seria voluntad de construir un tejido textural complejo y a veces intrincado en sus armonías. Aquí faltó un punto de mayor implicación expresiva, acentuar más las frases y atacar con más energía las cuerdas, sobre todo en el primer tiempo. La exigente parte del violín primero llevó al límite el sonido de Inés Montero en la franja más aguda, al borde del sonido estridente y desafinado. La conjunción del cuarteto se puso en evidencia en la precisión y homogeneidad de la articulación en staccato del Scherzo, con el contraste del delicado legato en el trío. Supieron las cuatro intérpretes graduar la densidad creciente de las texturas en la fuga del Allegro risoluto, aquí sí con la intensidad en el fraseo adecuada.

Con un buen arreglo de Beatriz González y una muy lírica flauta, la música de Piazzolla sonó con esa necesaria combinación de lirismo y de efusión rítmica que tanto nos subyuga y seduce. Delicada y muy matizada la línea melódica de la flauta, se vio complementada en llevar el canto por el violonchelo de Beatriz González, de sonido muy bien definido, profundo y cargado de emoción en esas melodías que sólo Piazzolla sabía hacer aparecer como por arte de magia en medio de la barahúnda de síncopas y ritmos cruzados. Los dos violines supieron coordinar con precisión milimétrica los glissandi en el Otoño porteño, mientras que Inés Montero pudo explayar su virtuosismo en las breves pero intensas apariciones de temas vivaldianos.

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