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Crítica de Teatro

Un antídoto contra el olvido

La piedra oscura

Cenro Dramático Nacional/Lazona. Texto: Alberto Conejero. Dirección: Pablo Messiez. Intérpretes: Daniel Grao y Nacho Sánchez. Escenografía y vestuario: Elisa Sanz. Iluminación: Paloma Parra. Lugar: Teatro Central. Sala B. Fecha: Sábado, 28 de noviembre. Aforo: Lleno.

Mientras el teatro y el flamenco andaluz se nutren o recurren hasta la saciedad al teatro y a la poesía de Lorca, pocos son los jóvenes españoles que saben hoy de su asesinato, de sus amigos y, sobre todo, de su proyecto de teatro itinerante, La Barraca.

La piedra oscura, escrita por un joven que no conoció la guerra ni la dictadura, y dirigida por un argentino (datos irrelevantes pero significativos), es un magnífico antídoto contra esos olvidos y, lo que es mas importante, es un hermoso ejemplo de teatro de texto. La acción tiene lugar en 1937, en plena Guerra Civil.

Planteada con una enorme sencillez, aunque muy cuidada técnicamente, la pieza no es más que un diálogo, mezcla de ficción y realidad, entre un prisionero -Santiago, amado de Federico y miembro de la Barraca- y su carcelero, un joven de 17 años que, como otros muchos pequeños hombrecitos -de esos de los que hablaba Wilhem Reich-, se vio de pronto con un fusil en las manos y muchos porqués sin respuesta.

Todo comienza con un sueño en el que no faltan los guiños a la poesía del poeta granadino, con citas literales de su Poeta en Nueva York ("No sueña nadie por el cielo, nadie, nadie", repite el asustado vigilante). A partir de ahí, las palabras fluyen dejando prendidos de ellas al espectador. El mérito es también, y sobre todo, del trabajo más que sobresaliente de los dos jóvenes actores y, cómo no, del responsable de la puesta en escena, el también actor Pablo Messiez. Éste se agarra al texto de la manera más objetiva que puede y lo escande con unos silencios absolutamente necesarios y eficaces para hacer creíble el acercamiento de los asustados protagonistas, de edades, clases sociales y culturas diferentes, pero víctimas en la misma medida de la barbarie, la homofobia y el absurdo que supone cualquier guerra, se promueva en nombre de lo que promueva.

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