Arte

El arriesgado encanto del minimalismo

  • En vez de subir al cielo de las grandes ideas, el 'minimal art' prefiere preguntarse qué pensamientos, actitudes y miradas hacen llamar a alguna cosa 'arte'. Una exposición en la Fundación Helga de Alvear, en Cáceres, invita a pensar de nuevo en estas cuestiones

Mesa y sillas de Donald Judd, conocido por sus exactos objetos geométricos.

Mesa y sillas de Donald Judd, conocido por sus exactos objetos geométricos. / D. S.

Es un arte discutido. Concita tanto entusiasmo como rechazo. Ocurrió así en sus inicios y hoy, cincuenta años después, continúa sucediendo. El mismo espectador que admira las esculturas (llamémoslas de momento así) de luz y color de Dan Flavin -cada una de ellas transforma por sí sola la sala que la acoge-, puede, cuando menos, desconcertarse al ver Altozano, de Carl Andre: 101 prismas triangulares de aluminio alineados en el suelo junto a la pared de la sala. Las cosas se complican aún más si se advierte que en esas obras falta la mano del autor. Las de Dan Flavin crean espacio propio (por eso las llamé esculturas) y su color remite a la pintura, pero sólo son tubos de neón que el artista pensó, diseñó y mandó hacer. Lo mismo ocurre con los prismas de aluminio de André y los exactos objetos geométricos de Donald Judd.

Son dos paradojas del minimal art: la extrema -para muchos excesiva- simplicidad de la forma y el recurso a materiales industriales que marcan distancia con la naturaleza y suprimen la mano del autor. Intentaré explicar esas paradojas mientras repaso brevemente la muestra.

Obra sin título de Dan Flavin. Obra sin título de Dan Flavin.

Obra sin título de Dan Flavin. / D. S.

Porque la exposición, además de ofrecer obras señeras de los iniciadores del minimal art, propone precedentes de esa concepción artística y añade piezas que parecen recoger sus ecos. Me he referido ya a las obras de Flavin y Andre. Hay que citar los objetos de Donald Judd, inteligentes variaciones del prisma de base rectangular, la instalación de McCracken (seis grandes barras en fibra de vidrio y madera contrachapada) y las pinturas de Robert Mangold: Cuadro distorsionado/Círculo, cuya inexactitud hace pensar de inmediato en el Cuadrado Negro de Malevitch, y la excelente Rojo/Verde + dentro + pintura, emblema de la muestra.

Con su ascetismo, el minimalismo busca formas capaces de desencadenar la imaginación artística

Estas obras dan idea de qué es y qué persigue el minimal art. Arte abstracto, sí, pero separado de las abstracciones anteriores. El primer pintor abstracto, Kandinsky, esperaba que si suprimía la figura, el color y la línea devolverían a mujeres y varones del siglo XX la mirada entusiasta e inocente del primer hombre. Otros pintores eligieron la abstracción porque les parecía una niñería pintar la hoja de un árbol, cuando la ciencia la había reducido a reacciones químicas. No faltaron quienes pensaron que con la fuerza de los planos blancos podrían evocar el absoluto. Sin duda Kandinsky, Mondrian o Malevitch eran grandes pintores y excelentes poetas, pero el minimal art es mucho más humilde: sus obras buscan, simplemente, invitar al espectador a cruzar el sutil umbral que separa al mero objeto de la obra de arte. Esa difícil (y arriesgada) sencillez es la que afrontan los autores que, mediados los años 60, comenzaro a hacer este tipo de arte. Eso explica la primera paradoja antes citada: el minimal art busca con su ascetismo la forma capaz de desencadenar la imaginación artística.

El afán de sencillez ya germinaba antes del minimalismo. Así en la Bauhaus o en el arte objetivo brasileño: la muestra incluye orientadoras obras de Josef Albers y Lygia Clark. Pero la insistencia en la simplificación y el análisis de la forma también surgió en los Estados Unidos como réplica al expresionismo abstracto. Es el caso de Ad Reinhardt -un cuadro suyo es una de las obras claves de la exposición- y también, aunque desde otra óptica, la reflexión sobre texturas, pigmentos y soportes de Robert Ryman. Son obras que pueden ser prólogos de un arte que en vez de empeñarse en subir al cielo de las grandes ideas prefiere preguntarse qué pensamientos, actitudes y miradas hacen llamar a alguna cosa arte.

'Rojo/Verde + dentro + pintura', obra de Robert Mangold. 'Rojo/Verde + dentro + pintura', obra de Robert Mangold.

'Rojo/Verde + dentro + pintura', obra de Robert Mangold. / D. S.

Esto permite responder a la segunda paradoja antes señalada: por qué podemos llamar arte a algo que el artista no hizo sino que se limitó a encargar. Vaya por delante que el artista lo pensó y lo diseñó. Pero lo decisivo es que es el espectador quien en última instancia hace la obra. Él cruzará (si se decide a hacerlo) el umbral y llamará arte a los aluminios curvados de Charlotte Posenenske, al gran espejo (negro) de Artschwager o a las esculturas horizontales de Asier Mendizábal, irónicas replicas, en DM, de grandes troncos de árboles. El minimalismo es un arte a tres bandas: objeto, espacio y espectador. Entre los tres se dirime el despuntar de la la obra. Algo que con toda justicia podría llamarse encuentro.

Este es el arriesgado encanto del minimalismo. Con él sintonizan otras obras de la muestra. No siguen una supuesta tendencia artística: son simplemente afines a una manera de concebir el arte. En esa consonancia hay obras conceptuales (Kosuth, Ruscha, Aballí), indagaciones de formas (Oteiza, Asins) o fotografías (Gursky, Jeff Wall). Juntas sugieren un amplio mapa de las posibilidades de esta forma de arte, modesta, sí, aunque sólo en apariencia porque ¿hay algo más ambicioso que atreverse a trazar la frontera del arte?

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