Care Santos: “La relación de mis padres sería muy insípida por WhatsApp”

La narradora reconstruye en ‘El amor que pasa’ (Destino) el idilio de sus progenitores, un sevillano y una barcelonesa.

Monumento de amor

La escritora y crítica Care Santos (Mataró, Barcelona, 1970).
La escritora y crítica Care Santos (Mataró, Barcelona, 1970). / Xavier Torres Bacchetta
Salvador Gutiérrez Solís

04 de agosto 2025 - 06:30

La escritora Care Santos (Mataró, 1970) narra en El amor que pasa (Destino) la real e intensa relación de sus padres, un sevillano y una barcelonesa, en la década de los 50, a través de las cartas que encontró en la casa familiar.

Pregunta.–¿Cuándo entendió que la relación de sus padres merecía una novela?

Respuesta.–Siempre entendí que esta relación tenía una novela, porque mis padres presumían de su historia. Y la verdad es que era para presumir. Pero las historias familiares las apreciamos cuando nos hacemos mayores, cuando las singularizas, cuando te das cuenta que son especiales. Siempre tuve claro que la quería escribir, y hasta hubo un intento hace años. Empece con nombres falsos, como si fuera una novela, y no funcionaba porque era tan asombrosa que no parecía creíble. Me alegro mucho de haber esperado. Porque ahora soy más madura, con más oficio, y más libre para abordar esta historia.

P.–¿Le ha costado colarse en la intimidad de sus padres, ha sentido que ha vulnerado algún espacio o sentimiento?

R.–Sí me ha costado y claro que te genera algún tipo de dilema moral. Y eso me lo he preguntado con frecuencia. Pero a la vez era un privilegio tan grande poder conocer esta historia de la que mis hemanos y yo venimos, al minuto, carta a carta. Y no hubo nada más, porque durante meses la única relación que mantuvieron mis padres fue epistolar. Claro, me debatía entre si estaba traicionando una intimidad o dando a conocer una gran historia. Por eso no hay cartas reproducidas íntegramente, están narradas. Me costó mucho encontrar las cartas, una vez que falleció mi madre, y curiosamente, que parece algo literario, di con ellas el día de mi cumpleaños.

P.–¿El amor es lo único que puede convertir algo imposible en eterno?

R.–No sé si tanto, que le pedimos demasiado al amor. Pero lo cierto es que puede hacer que las cosas valgan la pena, incluso aquellas que no han acabado bien. La historia de mis padres no fue perfecta, no siempre fue todo bien, pero este inicio tan luminoso y apasionado a mí me reconcilia con mi familia. El amor tiene la facultad de redimirnos.

P.–Un sevillano del Tiro de Línea, que sube al sevillano (tren), para acabar en Barcelona. Es también una historia de emigración, aunque su padre era emigrante atípico, trabajaba en un banco…

R.–Mi padre fue un emigrante sin necesidad de emigrar. La culpa de que mi padre fuese a Barcelona es de mi abuela materna, ya que mi padre le había propuesto un futuro a mi madre en Sevilla. Y mi padre dejó todo para estar con mi madre. Amigos, ciudad, familia, sus aficiones, a todo renunció por estar con mi madre. Lo dejó todo por amor. Y sus últimas cartas antes del viaje son muy emotivas, ya que con frecuencia se pregunta qué va a hacer lejos de “su” Sevilla. Un emigrante sin necesidad que tuvo que reinvertarse en Barcelona. En sus últimos días escribió un texto sobre recuerdos de infancia. Yo cito mucho sus poemas en mi libro, donde recuerda su Salteras natal, su Feria o su Semana Santa.

P.–¿La lectura de la correspondencia de sus padres le ha ofrecido matices que desconocía de ellos? ¿Se ha sorprendido con frecuencia?

R.–Mucho. Para empezar, que mi padre era de esa generación que hablaba poco, y mucho menos de emociones. Tampoco hablaba de sus problemas. Las cartas me han descubierto que mi padre echaba mucho de menos Sevilla, que añoraba sus tradiciones. Las pasiones reales de mi padre las he conocido leyendo sus cartas. Y también he descubierto cosas que me conmueven, su alegría por vivir, su entusiasmo. Ser feliz pase lo que pase. Mi padre era un disfrutón.

P.–En El amor que pasa, el acto literario va unido al acto íntimo/emocional. ¿Le ha servido la novela para reencontrarse con sus padres?

R.–Totalmente, con mi padre, sobre todo. Hace treinta y cinco años que murió, y ha sido muy emocionante reencontrarme con él a través de 1.500 páginas, que sumaban todas las cartas. En donde se expresaba como nunca se expresó de viva voz.

P.–En su novela hay un encuentro entre las dos Españas, que siempre hemos contemplado como irreconciliables.

R.–Hay una cena que narro, que es donde se conocen las familas, y que sin lugar a dudas sería al sitio que me gustaría ir si me ofrecieran viajar en una máquina del tiempo. Ya han muerto todos los que estuvieron en esa cena, pero mientras estuvieron vivos yo siempre les pregunté sobre lo que había sucedido. Y aunque cada uno aportaba unos matices, todos coincidían en lo mismo: se murieron de risa. ¿Cómo es posible que se sienten en una mesa un guardia civil que prácticamente se levantó con Franco con uno que fue un prófugo por pertenecer al bando contrario? Eso dice mucho de mis dos abuelos. Especialmente de mi abuelo paterno, porque el catalán luego era muy distante de la política. Esa cena tuvo que ser algo increíble. Y que tiene mucho de resumen de la historia de nuestro país. Y tengamos en cuenta que esta cena tuvo lugar en el 56, que todavía estaba todo muy reciente.

P.–1.500 páginas de cartas. Me temo que los emails y los whatsapps no nos contarán en el futuro tantas historias como nos han dejado las cartas manuscritas.

R.–No va a quedar nada, nada. Y peor que los correos electrónicos y los whatsapps, las videoconferencias, y lo sé porque tengo un hijo enamorado en la distancia y está todo el día conectado. Creo que las etapas del amor, los tics, son iguales antes que ahora, porque no hemos cambiado en nada, las emociones son las mismas, pero nadie lo sabrá. La historia de mis padres a través de WhatsApp sería mucho más insípida, y con el AVE no habrían tardado tanto en conocerse. Ese noviazgo por carta no habría existido nunca.

stats