Entre nosotras nos apañamos

Con el principal atractivo de ver juntas como madre e hija a la veterana y siempre solvente Julianne Moore y a la estrella emergente Sydney Sweeney, Echo Valley se reviste de ese nuevo feminismo capaz de encontrar en las viejas claves y clichés del cine de género, aquí el thriller psicológico, el pretexto para un doble ejercicio de entretenimiento adulto para plataformas y mensaje de resiliencia y empoderamiento.

Ambientada en la Pennsylvania rural, la película abre varios frentes destinados a enlazarse en un guion tramposillo que se guarda siempre algún as en la manga para el golpe de efecto: en su arranque, la película da cuenta del duelo de una madre que acaba de perder a su esposa al tiempo en que lidia con las faenas de su granja y con una hija veinteañera descarriada por las drogas y las malas compañías.

Pronto la cosa vira hacia el drama criminal y se suceden entonces giros y episodios más bien poco verosímiles destinados a meter a nuestra madre en nuevos atolladeros derivados de su voluntad de proteger a su hija a toda costa, siendo el más creíble de todos el que pasa por la extorsión a la que se verá sometida por un traficante al que Domhall Gleeson presta todos sus tics de psicópata.

Echo Valley se instalará entonces en el juego del gato y el ratón con la sororidad como lema y las argucias del guionista trilero como mecanismo para el engaño y las estrategias que van siempre por delante del espectador en aras de la sorpresa y el quiebro inesperado.

Michael Pearce (Beast, El encuentro) se esfuerza por estilizar el thriller con cámaras lentas y músicas atmosféricas, aunque tampoco puede hacer demasiado por disimular los caprichosos materiales narrativos que mueven su historia contra viento, lógica y marea.