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Adiós a Carmen Laffón

El ejemplo de Carmen Laffón

  • Su mejor lección era la entrega a su obra; cualidad que no ha hecho más que afianzarse con los años hasta alcanzar la increíble plenitud última

Carmen  Laffón, en 2007, junto a las espuertas de bronce de su exposición'La Viña', en la Galería Rafael Ortiz.

Carmen Laffón, en 2007, junto a las espuertas de bronce de su exposición'La Viña', en la Galería Rafael Ortiz. / Antonio Pizarro

Para todo creador, la trayectoria artística de Carmen Laffón ha sido un ejemplo a seguir, por la entrega y constancia en el trabajo y por esa autoexigencia que le apartó de las voces de sirenas y le llevó a descubrir su propio mundo, de una riqueza excepcional en el panorama del arte contemporáneo. Pero además de una grandísima artista, Carmen fue alguien que supo cultivar la amistad. En su hermoso tratado De Amicitia, aconsejaba Cicerón que se antepusiese la amistad a todas las cosas humanas, pues nada existe tan conforme con la naturaleza como aquella; y añadía que es la virtud la que engendra y mantiene la amistad. Estas palabras del sabio son aplicables a la personalidad de Carmen Laffón, pues sus muchas virtudes han sido fuente continua de amistades sinceras y profundas. Yo tuve la suerte, a mediados de los años 70, de entrar en ese selecto círculo de sus próximos. Ella me descubrió nuevos mundos; me puso en contacto con grandes maestros de la pintura y la literatura, Bergamín y Zóbel, entre otros; me enseñó a ver, a mirar, tanto a los clásicos (Murillo) como a los modernos (Rothko); pero sobre todo, su mejor lección era la entrega a su obra; cualidad que no ha hecho más que afianzarse con los años hasta alcanzar la increíble plenitud última.

Cuando con motivo de su retrospectiva Bodegones, Figuras y Paisajes en el Museo Reina Sofía, en 1992, me encargaron un texto para el catálogo, pensé que se me presentaba una ocasión única para entrar en ese universo tan personal; y tras entrevistar a la pintora y a amigos que conocían bien su obra, redacté Las dos orillas, un texto que, entre otros temas, aludía a los niños campesinos de Mudapelo, un mundo muy querido por ella y ya desaparecido, que supo plasmar con una estética muy próxima a la metafísica del sentimiento. Otra oportunidad para estrechar esa amistad fue la producción de El barbero de Sevilla, bajo la dirección de Alberto Zedda, para la temporada 96-97 del Teatro de la Maestranza. Meses de apasionante trabajo para ofrecer un Barbero no arqueologizante, sino una refinada comedia llena de vida y de belleza. Ayudada por un equipo (Juan Suárez y Ana Abascal, y yo mismo, entre otros), Carmen consiguió una escenografía de una plasticidad insuperable. Otra colaboración fue la carpeta Luis Cernuda. Ocnos y otros textos, con motivo del centenario del poeta en 2002. En su indagación de la belleza, el poeta había conseguido fundirse con ese mítico Sur, y esa misma fusión fue la que la pintora plasmó con el carbón sobre la piedra. El último encargo fue el texto sobre La viña de Carmen Laffón, para su exposición de Silos en 2007. En esta exposición Carmen aparecía como ejemplo del Humanismo. Su pintura al servicio del hombre, teniendo a este como eje. Lelio les decía a sus interlocutores que él se había engrandecido con la amistad de Escipión. Lo mismo puedo decir yo con la de Carmen, por todo el magisterio y la alegría que nos ha dejado.

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