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Eternals | Crítica

De 'Nomadland' a 'Marveland'

Una imagen de la película.

Una imagen de la película. / D. S.

Chloé Zhao hizo creer que iba por otros derroteros de presunta intimidad, creatividad y humanidad con películas como The Rider (2017) y sobre todo la premiadísima y oscarizada Nomadland (2020). Pero he aquí que se lanza al universo Marvel –¡qué jartura!– como si se tirara sin saber nadar a una piscina vacía. Primer error: tirarse a una piscina sin saber nadar (sin saber flotar ni moverse en este universo elefantiásico, sin tener dotes para las superproducciones de efectos especiales). Segundo error: tirarse a una piscina sin agua (sin un guión mínimamente consistente). Podría haber intentado llevarse el universo del cine-tebeo de superhéroes a su terreno, como hizo con éxito Nolan con sus Batman o Lee –y aun así fracasando en taquilla– con Hulk. Pero da la sensación de que o bien ha sobrevalorado sus fuerzas o bien se ha dejado llevar –mejor: arrastrar– a un entorno hostil para sus posibilidades creativas, probablemente seducida por el poderoso caballero. También se ha equivocado la productora creyendo que una autora imprimaría un toque personal a este galimatías. También puede que sus dos películas anteriores fueran artefactos para triunfar en esa cruz de la cara de los blockbusters –dos lados de una misma moneda– que es el cine independiente entendido como estrategia comercial de qualité para paladares gastrofílmicos, y que tenga muchas menos fuerzas creativas de las que se le suponen.

El guión, basándose siempre en el llamado universo Marvel, intenta crear mitos instantáneos, como las sopas; héroes pret-a-musculer con pasiones humanas, como los griegos; una historia que encierre en ella todas las historias de sacrificio y redención de esta pobre humanidad. Logrando un tutifruti, mejor tutieroi, de imposible digestión salvo para los fans más desesperados ávidos de echarse en los ojos y los oídos lo que sea con tal de satisfacer su pulsión. Se ha cuidado que haya una tan variada representación de razas, géneros, opciones sexuales, personas discapacitadas y causas en boga que ni el más riguroso censor de la corrección política podría ponerle un pero. En la tontería que cuenta como si se tratara de la Teogonía de Hesíodo hay seres Celestiales que crean a los Eternos para que sean los hacedores del bien y los responsables del progreso (como si fueran la estela de 2001, vaya) a lo largo de toda la historia humana (como si fuera Intolerancia de Griffith trufada con La loca historia del mundo de Brooks), pero de rebote le salen los horrorosos Deviantes para hacer sufrir a la humanidad y dar trabajo a los Eternos. En quiénes sean unos u otros, sobre todo en quienes se considere que son los Deviantes y cuál sea su desvío, está la clave del asunto si se quiere –tarea por otra parte fútil– sacar punta de significados a la película que, para colmo de males, tiene pretensiones.

Richard Madden, Gemma Chan, Kit Harrington, Kumail Nanijani, Angelina Jolie y Salma Hayek se ponen ante los croma y la cámara, pero no actúan. Coja la directora la caravana de MacDormand y dése una vueltecita para despejar sus ideas o talentos sobre el cine de gran espectáculo. Porque se ha estrellado.

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